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El Laberinto sin pasillos

07/08/25. Ahora cuando las distopías no lucen tan lejanas, pareciera que el pesimismo se ha ido apoderando de todo, como en aquel inolvidable cuento de Julio Cortázar: La casa tomada. 

 

 

Hay otras tomas distópicas, los alumnos se van transformando en zombis. Cada día la Inteligencia Artificial los secuestra... Son tomados. Creen que fueron ellos quienes escribieron sus tareas. También los zombis caminan por todos lados, hambrientos de TikTok, memes y demás pendejadas. Todos cabizbajos, ajenos, con risas idénticas. 

 

 

Hoy no luce tan absurdo El rinoceronte de Ionesco. En donde esos maravillosos mamíferos –lo más cercano que hay al mítico unicornio, no tanto por el único cuerno, sino porque se está extinguiendo– van invadiendo todos los espacios y una gente que se cree a salvo se ve sorprendida cuando un cacho atraviesa la pared del lugar donde se refugian.  

 

 

Les pasa a todos: crees que estás libre del asedio en tu casa. Un día en el almuerzo uno de esos rinocerontes repica. Te das cuenta que ha atravesado el espacio donde comes. O estás disfrutando una función teatral y más de la mitad del público levanta su rinoceronte, y no te deja ver o te encandila con su luz. Todos han sido secuestrados.

 

 

Hay otras tomas distópicas, los alumnos se van transformando en zombis. Cada día la Inteligencia Artificial los secuestra y el poquito espacio de pensamiento queda anulado. Son tomados. Creen que fueron ellos quienes escribieron sus tareas. También los zombis caminan por todos lados, hambrientos de TikTok, memes y demás pendejadas. Todos cabizbajos, ajenos, con risas idénticas. 

 

 

También están las distopías urbanas. Aquí se propone un argumento para una pieza teatral sobre este tema, pero apostando al optimismo.

 

 

Se trata de un personaje más bien pánfilo, soñador y optimista que camina por la acera, muy pegado a la pared para aliviar un poco la impía arremetida del sol. Llega a un pedazo de acera cuyo paso está bloqueado, no sólo por una cinta amarilla sino por un par de policías. Se baja de la acera. Resulta que el canal de los carros también está cercado. En el piso resalta con pintura una frase: “Emergencia”. No logra dilucidar cómo una ambulancia podría entrar allí. Mira hacia arriba y el edificio es un centro asistencial para personal de la policía. Paradójicamente lleva el nombre de un policía muy famoso y muy celebrado por cuidar el correcto funcionamiento vial. El cándido transeúnte preguntó por qué todo eso estaba acordonado, un policía –con sorna– le respondió que había una bomba enterrada. Gracias a esa burla, el pánfilo descubrió que en ese irrespeto estaba la razón de las calles vedadas en las cercanía de la Asamblea Nacional, en plaza Venezuela hacia la avenida Casanova, en la avenida Andrés Bello… Abandonó el recinto con temor. La veda de las calles iba creciendo. Recordó al rinoceronte. Con una máquina "civergacrónica" transportó a Apascacio Mata, que en los ochenta fue condecorado por enfrentar al poder en nombre del derecho al tránsito libre de los ciudadanos. Una vez en el presente, Apascacio le reclamó a todos los que se cogían las calles. Los infatuados comprendieron su abuso y devolvieron al transeúnte lo que les pertenecía.

 

 

Nota al corrector: civergacrónica se escribe con “v” de verga. 

 

 


POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com

 

ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta

#TramaCotidiana #ApascacioMata #Distopía

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