16/02/2023. Mil barrios o más, según cifras extraoficiales, se entretejen y disipan sobre las laderas esculpidas por la imaginación de migrantes procedentes de todas las geografías posibles del orbe, e incluso más allá. 402 años después, la parroquia Petare del municipio Sucre del estado Miranda, brazo esencial del conurbado que compone la Gran Caracas, oculta mitos y exhibe los excesos de la metrópoli, todo encapsulado en el paisaje fugaz de una ciudad que vive, muere y renace cada día.
Se dice que sus barrios son guetos impenetrables; que en algunos hondean las banderas de Colombia o Haití como si se tratara de frentes de guerra a donde no llega ni la policía, ni los carritos por puesto, ni dios. Comentan que hay gente ya mayor que jamás ha bajado del cerro a conocer el resto de la ciudad pero porque no le ha hecho falta, todo lo tienen al alcance de la mano, desde lo lícito y formal hasta lo que se oferta con la osadía sibilina del hampa. La prensa sensacionalista, con sus dardos cargados de estigmas, suele blandir sus estadísticas criminales y de vez en cuando se pasea por el caos de los buhoneros y el bachaqueo inaudito de productos de primera necesidad en Puente Baloa, o en los alrededores de la estación del Metro. Hay peluquerías unisex donde se guarecen todas las sexualidades sin el temor al rechazo; laboratorios y centros médicos exprés que vocean sus servicios a boca de calle; vendedores de verduras, frutas y hortalizas en combo, mercadería seca, flores y chucherías, los “marchantes” del dólar, los trans, las abuelitas haciendo mercado, los policías chateando, y una explosión de vida y color que se repite en otros extremos de la capital donde la vida bulle con la alegría primitiva del Caribe.
También hay chinos. Por todos lados y como una incursión acompasada, los comerciantes asiáticos se han ido adueñando de las casonas centenarias que han sido vendidas o alquiladas por sus dueños al primer postor sin la menor reserva, pese a la circunstancia neurálgica de que se trata de viviendas patrimoniales que datan de los siglos XX, XIX o más atrás y desde donde hoy se exhiben baratijas de plástico de dudosa procedencia por encima de estanterías decimonónicas de madera y vidrios biselados, que refieren a un pasado solariego de cuando en Petare la tierra servía para sembrar café, cacao, maíz, caña de azúcar y hasta trigo, y fue un pueblo de cerca de veinticinco haciendas dispersas que vivió el disparo del progreso con la estación hidroeléctrica de El Encantado que instaló Ricardo Zuloaga (la primera en Latinoamérica), lo cual obligó a sus principales promotores a regalar los bombillos para que los residentes de las viviendas formales que aún se resistían a los zarpazos de la modernidad, disfrutaran de la luz y espantaran definitivamente a los fantasmas.
De cuento y de pueblo
Recibió fundación formal el 17 de febrero de 1621 por el capitán Pedro Gutiérrez de Lugo y el padre Gabriel de Mendoza, bajo la advocación del Dulce Nombre de Jesús cuya imagen ya aparece registrada en el primer censo de la iglesia en 1646 y que por cincuenta años ha vestido Amelia Rodríguez, quien además intenta (como otros vecinos y feligreses) recuperarla de su ostensible deterioro por ser una pieza elaborada con un material atípico para las efigies santas del siglo XVII, vaciada en estaño con bordes de estuco.
Petare, además de núcleo de inspirados creadores como Bárbaro Rivas o Miguel Von Dangel, es también un hermoso laboratorio en resistencia del formato tradicional de los centros históricos que le dieron perfil a las ciudades venezolanas, con la singularidad de que su cuadrilátero inaugural -coronado por la monumental iglesia Dulce Nombre de Jesús- no cuenta con plaza Bolívar sino Sucre, para contradecir los cánones de la mayoría de los grandes poblados del país. Es, además, un nicho cargado de intrahistoria, como nos lo cuentan los operadores turísticos que han puesto de moda las folclóricas y dolarizadas incursiones al centro de Caracas para presentarle a los moradores de la ciudad las escalinatas de El Calvario y las guirnaldas del pasaje Linares.
Petare, además de núcleo de inspirados creadores como Bárbaro Rivas o Miguel Von Dangel, es también un hermoso laboratorio en resistencia del formato tradicional de los centros históricos que le dieron perfil a las ciudades venezolanas...
La periodista Ivette Chirinos se remonta a los días de infancia en que pateaba sus calles: “Mi pueblito maravilloso, donde cada uno de sus habitantes era un personaje digno de una historia, sus pintorescas casas, amores afortunados y desafortunados: lo extraño un montón. Su plaza Sucre, su casa parroquial, su iglesia, su niño Jesús, su Cristo de la Salud, su Semana Santa, el Vilmar, la librería y la discotienda Maraury, Elías, la panadería Rival, Foto Miranda con Bruno, el cine Miranda, el cine Encanto, el abasto La Paz y su carnicero Hermógenes, la Sociedad del Carmen y su bingo de los domingos, la quincalla de los Rodríguez, la señora Mena que rezaba la culebrilla, mi maestra Sonia, Antonio Poluzzi el carpintero; los Arrechedera y su bodega intacta desde los años veinte hasta el fin de sus días; las piñatas y cerámicas de Carmita, Paula Elena y sus pancitos del Día de San Antonio, misia Ana y su escuela para aprender a leer, la boda de Estrellita Monteverde, las bebidas espirituosas de Silvino, mi escuela hermosa Instituto Magisterial Venezuela, Antonieta la italiana, la farmacia Central, la Sorpresa, la Parada, la ferretería Santana, María la O...los de Petare saben de lo que hablo. Todo parecía sacado de Macondo, pero lleno de alegrías, sin tragedias, así transcurrió mi infancia de cuento y de pueblo”.
Los estigmas de Martí
Es, además, una parroquia minada de memoriosos, memoriosas y de un profuso anecdotario. Lo comenta la antropóloga Nelly Pittol, encargada de la División de Historia Regional, instancia que depende de la Fundación José Ángel Lamas y que este año, como parte de su programación en alianza con el Instituto Universitario Tomás Lander de los valles del Tuy, proyecta desarrollar el Segundo Diplomado en Historia Regional y Local que está en pleno proceso de inscripción y arrancará en marzo. Se trata de una experiencia que busca continuar la formación de personas de las comunidades con herramientas metodológicas que le permitan abordar la historia de su comunidad. Por eso el diplomado está dirigido a mayores de 16 años sin la necesidad de ser profesionales en cualquier área, sino gente con ganas de recoger y sistematizar la información de su localidad. Los detalles para los interesados se hallan en el blog del centro www.historiadepetare.wordpress.com o su Instagram @centrodehistoeiarp.
Es, además, una parroquia minada de memoriosos, memoriosas y de un profuso anecdotario. Lo comenta la antropóloga Nelly Pittol, encargada de la División de Historia Regional.
Es parte de un conmovedor y laborioso empeño de treinta y cinco años de esa dependencia, en la que Nelly lleva treinta y dos, intentando ordenar los cabos sueltos, difusos o extraviados de la intrahistoria de una comunidad que estigmatizada hasta el hartazgo, necesita apostar por el arraigo y sentido de pertenencia de sus moradores frente a la idea más o menos generalizada (plagado de estereotipos) de que se trata de un territorio anarquizado, producto de continuas invasiones de migrantes nacionales y extranjeros. Complemento de un acopio que en distintas etapas ha pretendido abrir diversas ventanas, como el impresionante trabajo de campo que alguna vez desarrollaron Elia Alonso y Nancy Fernández para descubrir, por encima de la información oficial, el continuum histórico de los barrios que crecen y se multiplican más allá de las estadísticas formales.
El diplomado es en parte presencial y virtual, en su sede física frente a la plaza Sucre y a través de los recursos on line, pero siempre orientado a que al menos veinticinco personas aprehendan durante tres meses los rudimentos de la compilación de información local y su impacto en la cohesión histórica, social y cultural del entorno.
Pittol nos advierte que hay una confusión: el municipio Sucre del estado Miranda está compuesto por cinco parroquias, una de ellas Petare, que además está bien urbanizada y de paso disfruta de un centro histórico de gran importancia como núcleo primigenio, sitio fundacional donde se escenificó la fundación del pueblo. “¿Qué pasó en Petare? Que se convirtió en el territorio de expansión del valle de Caracas” puntualiza. Se puede hablar de varios momentos muy significativos, relata, siendo uno de ellos la caída en los precios del café a mediados de la década de los años treinta del siglo pasado. A partir de entonces la gente comienza a buscar otras alternativas: aparece el petróleo y con ello la construcción de carreteras, edificaciones y se genera la movilidad poblacional que devino en el poblamiento de los primeros barrios que no solo aparecen por las invasiones sino por la compra-venta de los terrenos donde antes habían grandes sembradíos, instalaciones urbanas para la estancia de peones y hacendados y de paso, innumerables alambiques que llevaron al obispo Mariano Martí en 1772 a su paso por Petare durante sus visitas pastorales por toda Venezuela, a afirmar que esta era una tierra de borrachos.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS ALEXIS DENIZ • @denizfotografia