17/02/2023. Que aparezcan al menos dos personajes femeninos con nombre propio, que mantengan una conversación entre ellas y que este diálogo no sea sobre un hombre (novio, esposo, padre, hermano, villano o incluso un monstruo…), ¿cuántas películas crees que pasan esta prueba? Haz un breve chequeo mental con las últimas que has visto o las que siempre repites. Los resultados te sorprenderán.
Las tres preguntas anteriores conforman el test de Betchel (1985), uno de los métodos más sencillos para detectar el sexismo en los productos audiovisuales. Películas de culto como Casablanca, El Padrino, El Señor de los Anillos, The Matrix o casi todas las de Disney salen raspadas. Pero no solo se trata de cine. Piensa en caricaturas para niños (Los Pitufos, Los Picapiedras, Peppa…), en series (Dos hombres y medio, Seinfeld, Expedientes Secretos X, Los Simpsons o el caso más evidente: The Big Bang Theory hasta su cuarta temporada) o incluso en videojuegos (toda la saga de Mario Bros y Zelda, por ejemplo).
Sin sesudos análisis y sin la necesidad de leer mucha teoría, el test de Betchel hace evidente para cualquier persona el poder que ha tenido y que aún tiene la mirada masculina en la cultura popular, y por tanto, en la normalización de esa concepción tóxica del mundo en la cual el hombre es el ser humano por defecto y la mujer (al igual que toda la diversidad de población queer o no-normativa, obviamente) es lo diferente, lo otro, la excepción a la regla. El reflejo de una sociedad donde solo existe el modelo binario y hay una jerarquía clara.
Diez años antes de que se diera a conocer el test de Betchel, la autora norteamericana Laura Mulvey publicaba su libro Placer visual y cine narrativo, un clásico en los estudios sobre cine y mujer. En la obra, la autora reflexiona sobre la mirada masculina como dispositivo propagandístico del patriarcado desde donde nos limitamos a existir como objeto de deseo, como ornamento, y la pone frente a frente con la mirada femenina en resistencia, urgente y necesaria, en la que somos sujeto de la historia, donde tenemos voz y existimos, para dar una justa representación de las dinámicas de la humanidad, con imaginarios más inclusivos, diversos, reales, emotivos e incluso contestatarios.
Solo pensemos qué distinto sería todo si por generaciones las niñas no hubiesen crecido con el estereotipo de la princesa que necesita ser salvada por un príncipe; de la joven delgada, objeto de deseo; de la ama de casa perfecta; y de la mujer que puede enamorarse de su violador (sí, también aplica para las telenovelas).
En el audiovisual de los setenta y de los ochenta era urgente hablar de mirada femenina y también lo es ahora. Quizá las cárceles de las mujeres y de la población sexodiversa no son las mismas, pero vaya que siguen intentando domesticarnos, y el cine es una de las grandes herramientas para conseguirlo.
Hoy, el séptimo arte, gracias al streaming y el consumo a demanda, enfrenta el mayor viraje y desafío de su historia. Y aunque las historias parecen ser menos machistas y el feminismo está "de moda" —podría usted pensar que ahora hay tantas superheroínas mujeres, tantas series "feministas", Bad Bunny dice que perreamos solas y Shakira que las mujeres ya no lloramos sino que facturamos— la visión de mundo normativa y patriarcal sigue en el sustrato. Quizá hay más personajes mujeres y queer que hablan entre ellas sobre muchos tópicos, pero se siguen reproduciendo estereotipos y hasta inventando nuevos (cuánto daño nos ha hecho, por ejemplo, esa nueva imagen de la supermujer que "puede sola con todo").
Una de las soluciones que mucha gente le consigue a este asunto es el de formar e incluir a más mujeres y personas LGBTIQ+ en la realización cinematográfica. Sí, es cierto que cada vez somos más en la industria del cine y esa es una gran noticia. La representación solo se logra con gente detrás, con influencia y capacidad de decisión, que abogue por la causa. Pero veámoslo de cerca: Venezuela es un caso atípico en el que las mujeres cineastas son mayoría, sin embargo en Hollywood la cosa es dramática. Saquémoslo por una cifra muy llamativa: en los noventa y cuatro años de historia de los Premios de la Academia solo siete mujeres han sido nominadas al Oscar como mejor directora y solo tres la han ganado. ¿Es en serio?
Llegamos a este punto, luego de muchas ideas sueltas, para decir que ese es el tema que quiero proponerle al público lector de Épale con esta columna Séptima morada. Hablar sobre películas y series es una pasión que muchas personas tenemos en común. Compartir recomendaciones, ir al cine, disfrutar de una historia divertida o interesante en casa, a solas, con la gente que amamos o con alguien que recién conocemos, es una de esos grandes placeres de la vida moderna, un ritual ineludible. Imaginar mundos posibles, llorar y reír con personajes que se parecen a nosotras, viajar en el tiempo, morirnos de miedo o de risa con una escena inesperada, sorprendernos por los cambios físicos que son capaces de hacer actrices o actores para afrontar un nuevo papel, enamorarnos del galán o de la heroína… ¿qué puede haber mejor que eso?
Vemos películas para pensar y también para dejar de pensar, y es allí cuando debemos estar conscientes de que este arte narrativo, igual que la literatura, que el periodismo o que la publicidad, tiene mucho para decirnos, incluso cuando parece que no nos dice nada.
Entonces, en esta columna les invito a hablar de eso. De nuestros fetiches cinematográficos nuevos y viejos, y así como cuando vamos al cine en 3D, pongámonos unos lentes, pero en este caso violeta y arcoíris, para descubrir cada filme, cada serie, más allá de su guión y personajes. ¿Qué nos quieren decir? ¿Cuál es el verdadero mensaje? ¿Nos oprime o nos libera? ¿Nos condena o nos redime? ¿Quiénes somos y dónde estamos en cada historia? Organicemos nuestro cineclub, y usemos moradas para celebrar e interpelar por igual al séptimo arte que tanto nos fascina y obsesiona. Traigamos nuestras cotufas, apaguemos la luz y que comience la función. Hablemos de películas. ¿Cuál es tu favorita?
POR ROSA RAYDÁN • @rosaraydan