Basta con mirar fijamente la cicatriz,
sus imperfectas costuras,
para que la herida empiece a abrirse
y a contar sus historias.
Cuida la sal de tus ojos.
Piedad Bonnett: Sal sobre la herida
21/11/25. Sacude su verbo, lo agita entrando al metro, acostumbrada estación para tiempos difíciles, cóbrese y el llanto sigue a lo largo del andén, se arroja muy cerca de la línea, el aviso de una cierta precaución, inevitable a esa edad, dirán algunos, pero ella lo deja ahí y sigue como si estuviera olvidándolo.
¿Estamos dispuestos a auto-evaluarnos desde la interpelación de estas vigencias? ¿No será que ellas necesitan ser transformadas a la luz de varias generaciones que han padecido su propia negación? ¿Estamos dispuestos a ser de otro modo como seres de bien?
Cuatro o cinco años tal vez, en mis tiempos no era así, emerge otra voz que me observa mientras intento captar toda la escena, imposible a esta hora, en mis tiempos no era así, el eco retumba por las galerías del pasado donde merodea el inconsciente, no era así, nos sacaban la correa y más nunca, añade como premisa de heroica batallas como si aquellas marcas todavía en la piel fueran insignias de honor, laceraciones propias de una educación de la época, pienso y es como si ella me estuviera escuchando, va y regresa, levanta al niño lleno de moco, lágrimas y saliva, tragándose la rabia y un déjame exhalado como un toro o un gallo vencido ante “la civilización” del hombre.
No era así, uno no podía contestar, añade una tercera voz como una auténtica sal sobre la herida como llamando mi atención, recordándome los versos de la poeta colombiana Piedad Bonnett, y cierro mis ojos pensando en la palabra que hace unos días he leído como parte de este ejercicio reflexivo: “adultocentrismo”.
¿Qué es esto?, me pregunto, ¿una exigencia a un patrón que como tal es siempre ajeno a la posibilidad de ser, de encontrar-nos desde la “autenticidad”?
¿Cómo se funda la moral, más ampliamente, la personalidad?
¿Qué “educación” la hace posible y más allá, “buena”?
Se puede, es cierto, educar para la libertad, para el amor, hacia el bien, aun en tiempos donde este, por donde quiera que se le mire, se torna una ilusión, un invento del marketing, ¿un espejismo del propio cercenamiento de la realidad?
¿Cuál es el mythos, la narrativa que soporta el argumento clasificatorio de la “generación de cristal”, o bien la “generación perdida” que identifica a los escritores que alcanzaron su “adultez” en pleno despliegue de la primera gran guerra del siglo pasado, como también a los que no pocas veces se identifica como “generación X” a la que pertenecen los nacidos entre 1965 y1980? No olvidemos que decir que alguien es un “X” es tacharlo, despreciarlo como ser humano.
No hace falta detenernos en una reflexión exhaustiva para dar cuenta de que esto es una ficción necesaria para quienes asumen el target de su propio autoconsumo, es decir, clasificar atribuyendo ciertas características que realmente no existen, sobre todo en la población más vulnerable: niñas, niños y adolescentes, pensando que así generan una posición “correcta” para que el gran caudal de la historia sea posible.
Lo cierto es que para aquellos que ven el pasado con rabia o cierta melancolía “porque era mejor, fue duro, pero necesario”, pretende hacernos creer desde esas mismas heridas lo “nocivo” de un mundo que tercamente ha dicho: ¡Bastaǃ ¡Somos seres sentipensantesǃ ¡Así no es, intentémoslo de otra manera, hagamos un mundo mejorǃ
Y ese otro mundo mejor es, no tengo otra forma de decirlo, desde el amor y la comprensión de la otra, del otro que en definitiva colabora significativamente en nuestra realización como seres humanos capaces de vivir en comunidad.
Tal vez mamá, papá, una abuela, un abuelo, una tía, un tío… te golpeó pensando, como todavía lo hacen lamentablemente en muchísimos casos, que era la forma más rápida y “eficiente” de que hicieras “lo debido” porque era la única manera de asegurar la sobrevivencia en esta tierra. Tal vez no lo hizo y sólo rechazó tus acciones y opiniones con un ¡Noǃ rotundo y hoy se sigue transmitiendo como un valor indiscutible de tu familia, una tradición necesaria, inevitable, porque pensar, sentir y hacer de otro modo no está permitido tal vez desconociendo que sencillamente así no puedes llegar a ser.
Así que pensemos un poco más desde esta realidad tan contemporánea y vigente como un don navideño: ¿Estamos dispuestos a auto-evaluarnos desde la interpelación de estas vigencias? ¿No será que ellas necesitan ser transformadas a la luz de varias generaciones que han padecido su propia negación? ¿Estamos dispuestos a ser de otro modo como seres de bien?
Decir que “todo tiempo pasado fue mejor” es un absurdo, y esto último, por cierto, me lo repite mi padre con más de ocho décadas de vida para insistir-me que el mejor tiempo es el ahora, mientras al fondo, el niño es alzado por su madre antes de que el tren se detenga.

POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta