24/11/25. Entre las paredes de un hogar, donde el día a día es manifestación del silencio doloroso, nace una de las creencias más peligrosas y que mantiene a las mujeres atrapadas en ciclos de violencias: la esperanza de que el agresor va a cambiar.
El amor no duele, no hiere, no golpea, no te grita, no te humilla. Ningún motivo, muchos menos el cultural y religioso, pueden obligarte a estar en un sitio donde tu vida peligra.
Existen muchísimas razones que hacen que esa ilusión renazca pese a los gritos, a los golpes, a las constantes torturas psicológicas, a las humillaciones, al control. La independencia económica, emocional, el miedo a no saber cómo salir adelante con los hijos e hijas si decide irse de casa, el amor romántico, la cultura, la religión.
La espiral
El ciclo de la violencia es una espiral de acontecimientos que terminan agotando psicológicamente a la víctima mediante la manipulación, complicando su capacidad para distinguir que está bajo el control de su agresor.
Las fases inician desde el momento previo a la agresión o cuando el maltratador se muestra irritable y hostil. Luego pasa al estallido, que es cuando recurre a cualquiera de los tipos de violencia basada en género. Todo vuelve a empezar en la fase de “luna de miel” o reconciliación. En este punto el agresor le hace ver a la víctima que está arrepentido. Suele manipular con lágrimas en los ojos, con la promesa de cambiar, llega con regalos y gestos bonitos.
Esta última fase no es señal de un amor genuino, sino una herramienta para asegurar que la víctima no abandone la relación y mantener el ejercicio de poder sobre ella. La mujer, exhausta, interpreta el arrepentimiento como una prueba de amor y vuelve a caer en la trampa. El sentimiento de felicidad vuelve a su cuerpo y es allí donde la frase “él va a cambiar” se convierte en una tabla de salvación, en medio del naufragio.
Sin embargo, cada reconciliación sienta un precedente más peligroso: le enseña al agresor que sus acciones no tienen consecuencias. La violencia, lejos de desaparecer, suele escalar en intensidad y frecuencia.
“Amiga, date cuenta”
Esta frase popularizada en redes sociales puede ser motivo de risas en algunos memes o reels. Pero, en la vida real, es un aliciente para que las víctimas salgan de ciclos de violencia que ponen en peligro su vida y de las personas bajo su responsabilidad.
¡Amiga, date cuenta! El amor no duele, no hiere, no golpea, no te grita, no te humilla. Ningún motivo, muchos menos el cultural y religioso, pueden obligarte a estar en un sitio donde tu vida peligra.
No esperes que cambie:
- Las palabras se las lleva el viento: Un “perdón, no quería pegarte” seguido de un comportamiento no cambiante, es sólo ruido. La conducta es el único lenguaje verdadero.
- Cuenta con tu gente cercana: Habla con alguien de confianza, llama a organizaciones de ayuda contra la violencia de género como Tinta Violeta, o contacta con servicios policiales en tu comuna o comunidad.
- Priorízate: Si no te sientes segura, si el miedo a expresarte frente a tu esposo o novio, es algo habitual, busca apoyo.
La responsabilidad de cesar la violencia recae única y exclusivamente en el agresor. Libérate de esa espiral que terminará agotándote, rompiéndote y enajenándote. Tienes mucha luz para brillar.

POR SARAH ESPINOZA MÁRQUEZ • @sarah.spnz
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta