07/04/2023. En Venezuela existen grandes brechas de desigualdad en torno al acceso a la ley y los derechos humanos de las mujeres. Las demostraciones de violencia basadas en género en hogares y espacios públicos, sumadas al fenómeno agudizado de trata de mujeres en nuestro territorio en pleno 2023, son atentados contra la vida de los cuales sólo se tienen datos gracias los levantamientos estadísticos de las organizaciones feministas.
Creo que la mujer que es violentada por su pareja, aquella otra que escapa de una red de trata y prostitución forzada, esa otra que decide interrumpir un embarazo, por nombrar sólo tres de las tristes situaciones a la que una mujer puede estar sometida sólo por nacer, tienen un componente en común: todos y cada uno de estos casos son vividos en soledad. Desinformadas, muchas mujeres viven situaciones que dejan nuevas heridas en el alma, ya que la falta de acompañamiento que emana de las instituciones rectoras que deberían garantizar el acceso a la justicia termina apuñalando y revictimizándolas.
Para quienes nos sentimos convocadas por el feminismo, llevamos con ferviente amor compasivo la bandera de que no hay una policía, ni un juez, y a veces ni familiares, que puedan cuidarnos cuando somos sobrevivientes de alguna de estas vivencias. En la gran mayoría de los casos quienes terminan siendo el refugio, la mano tendida, el consejo incansable, son otras mujeres, madres, hermanas y amigas. Por ello en cualquier concentración escucharás una consigna de la que muchas nos hemos apropiado: “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”.
Soy feminista porque creo en la capacidad de incidir en la transformación de una sociedad machista, porque quiero que las niñas y niños del presente y futuro tengan acceso en equidad a sus derechos humanos básicos, y porque apuesto a la destrucción de las estructuras mundiales y locales que oprimen y han violentado por años los derechos de muchas.
Tras ataques y heridas de los lobos que las acechan, las mujeres deben curarse en soledad y continuar la travesía. Acompañar, es formarte para brindar información eficaz, saber cuándo callar y escuchar activamente, empatizar y develar las trampas de la culpabilidad a las cuales estamos acostumbradas, “es que ella se lo buscó, quién la manda a irse con gente que no conoce. Ella se lo buscó, porque siempre anda provocando con esa ropa atrevida. Ella se lo buscó, quién la manda a abrir las piernas. Ella se lo buscó, ella tiene la culpa hasta de que la hayan matado”.
Una vez quise ser hombre
para casarme con mi
hermana
que ya lleva tres divorcios.
Para amar a mis amigas
que en cada relación
mueren un poco.
Quise ser hombre
para fecundar sus vientres,
no de hijos, sino de poesía,
vino tinto, relojes parados,
unicornios azules.
Para decirle a Josefina
cuanto admiro su forma de
entregarse.
Para escribirle a Rosi
esas cartas que no llegan
nunca.
Llamar por teléfono a Pilar
que espera tantas tardes.
Llenar de caricias
prolongadas
el espacio de Beatriz,
que vive sola
y le tiene miedo a los
temblores.
Quise ser hombre,
para amarlas a todas y no
sentir más
el frío de sus lágrimas en
mi playera,
ni mirarlas apagarse,
ni presenciar sus funerales
en sus ataúdes de treinta
años.
Quise ser hombre
para invitarlas a volar el
periférico,
a bailar descalzas porque
el América
le ganó al Guadalajara,
para llevarlas del brazo
hasta una cama
donde no tengan que fingir
orgasmos.
Pero soy mujer y, aunque
puedo
compartir con ellas la
poesía,
escribirles cartas,
llamarlas por teléfono,
llenarlas de caricias
prolongadas,
volar el periférico,
bailar descalzas,
secar su llanto,
tocar su alma…
No es suficiente.
No les alcanza.
Porque, desde niñas,
aprendieron
que los hombres son un
premio al que
hay que amar, sin importar si ellos las
aman.
De la poeta, Rosa María Roffiel.
POR MARÍA ALEJANDRA MARTÍN • @maylaroja
ILUTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta