21/04/23. Venezuela es producto de la multietnicidad. Un compendio de encuentros y desencuentros de diversas tradiciones con distinto origen que al confluir en nuestra geografía, ocasionó la explosión creativa que llevó a José Vasconcelos a denominarnos “la raza cósmica”.
El cruce de tres mundos, a partir de la conquista del continente americano, sumó los aportes de nuestros pueblos indígenas originarios, del colonizador español, y de la mano de obra africana que sintetizaron, a fuego y sangre, sus costumbres, creencias y necesidades.
El esclavizado mimetizó sus ritos entre rezos católicos, el indígena diezmado dejó el eco de sus maracas y el misticismo de sus actos de fe sumidos entre las sombras de la espesura selvática, y el español impuso sus ritmos, coreografías y gestos devocionales hasta generar, en conjunto, nuevas expresiones culturales.
No por casualidad llegamos hasta el San Juan, los diablos danzantes o a las fiestas en honor a la Santa Cruz. Numerosas festividades que hoy son prácticas cotidianas en toda la geografía patria, nacieron del mismo principio. Incorporaron instrumentos pretendiendo emular los utilizados en el continente africano, adaptados a las nuevas condiciones de vida material que ofrecía la plantación esclava: aparecen el mina y la curbeta, el tambor redondo y el culo ‘e puya, los chimbangueles y las maracas, con sus danzas y sus modismos, sus voces y su sonoridad.
En nuestra época, muchas manifestaciones tradicionales son actos litúrgicos del calendario religioso, pero también son fiestas que se celebran entre expresiones de parranda popular. La naturalidad callejera, el divertimento, los ciclos agrícolas, la hermandad, se dan la mano en cada esquina del país profundo para sumar seguidores a los fuegos del júbilo entre cantos, bailes, tragos, y rezos. Es el territorio insondable de la alegría de vivir.
COLMADO DE PATRIMONIOS
La heredad del país no viene dada sólo por sus festividades populares. También tiene que ver con su gente y sus costumbres. Las manifestaciones culturales que a su vez son patrimonio material, inmaterial o sentimental, surgen desde la empatía de sus habitantes, sus cultores, sus cronistas populares, herederos de sabiduría y corazón, pero también de su entorno natural, ríos, montañas, playas, cacao, papelón y su aguardiente, su arquitectura, plazas, modismos al hablar, recuerdos, tradición oral.
Las circunstancias históricas y políticas del país han abierto una brecha para generar mayor respeto por nuestra identidad, y ha encaminado a las instituciones a visibilizar y proteger nuestras tradiciones, haciéndoles seguimiento y atendiendo sus necesidades, gracias al empeños de organismos como el Centro de la Diversidad Cultural que dirige Benito Irady, y el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) presidido por Dinorah Cruz, además de secretarías y direcciones regionales de protección a la cultura y el patrimonio.
Venezuela es producto de la multietnicidad. Un compendio de encuentros y desencuentros de diversas tradiciones...
El resultado es más que patente: hasta ahora ocho patrimonios inmateriales de la humanidad han sido declarados por la Unesco a favor de Venezuela, relacionados con nuestras costumbres, gustos culinarios, expresiones culturales, acervo histórico y memorioso.
Son: la Parranda de San Pedro que se practica entre Guarenas y Guatire; los Diablos Danzantes de Corpus Christi; el Programa biocultural para la salvaguardia de la tradición de la Palma Bendita; la Tradición Oral de los Mapoyo y sus Referentes Simbólicos en el Territorio Ancestral; los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua; el Carnaval de El Callao; el Ciclo Festivo alrededor de la devoción y culto a San Juan Bautista, y los Cantos de trabajo de Los Llanos de Colombia y Venezuela.
Además, recientemente el país elevó ante el organismo multilateral el expediente correspondiente al joropo venezolano y participó en un expediente multi-país consignado ante la Unesco para postular los saberes para la elaboración del casabe. Se espera que a finales de este año se oficialice el ingreso de los Bandos y Parrandas de los Santos Inocentes de Caucagua a la lista de Buenas Prácticas de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.
MAYO DE FLORES, LLUVIA Y DEVOCIÓN
Siguiendo la ruta de las tradiciones, a partir del 3 de mayo en todo el país se celebra la Santa Cruz, iniciando así las fiestas del calendario culto-festivo venezolano. Es una celebración colorida, florida, frutal, que enfatiza la alegría por la renovación de las cosechas y el comienzo de las lluvias.
Tiene la particularidad de que se expresa en casi todo el país, sobre todo en poblaciones agrícolas y urbanas que han recibido los efectos de la migración con sus cargas simbólicas y comunitarias.
Son un tributo popular a la naturaleza cuyo antecedente más remoto proviene de las fiestas paganas dedicadas al mitológico Dioniso, dios que moría cada invierno y renacía en la primavera. Para sus seguidores, este renacimiento cíclico, acompañado de la renovación estacional de los frutos de la tierra, encarnaba la promesa de la resurrección de los muertos.
Asumido por la cristiandad y reinterpretado en función de los misterios del catolicismo, se le adjudicó el “hecho histórico” de que fue un 3 de mayo cuando Santa Elena, madre del emperador Constantino, en su peregrinar a Jerusalén, halló el madero correspondiente a la cruz donde fue crucificado Jesús.
En Venezuela se venera celebrando en su honor numerosas ceremonias que organizan sociedades, cofradías o particulares, en las cuales se pagan promesas y se cumple el tributo devocional, con rezos y adornos frutales a su alrededor, hasta que alguien cubre el madero o le da la vuelta para que mire hacia la pared: ahí es cuando se rompe el ciclo religioso y empieza la fiesta.
La Cruz de los frutos y la cosecha
Con las fiestas de la Cruz de Mayo se inicia una serie de ritos asociados a la fertilidad que se desencadena con las lluvias y que tiene gran importancia para nuestros campos.
Encuentra actos de fe por igual en el recogimiento espiritual y la parranda, bajando a las deidades al nivel de los hombres y las mujeres que en su honor se pasan una flor, le dedican unas décimas y comparten varios tragos de licor.
En los pueblos se ensamblan altares en las salas de las casas, bajo algún techado sencillo o en los caminos, donde se coloca sobre un altar.
Se inicia con una liturgia formal, con rezos espontáneos o auspiciados por un líder religioso local. Es el acto solemne, cargado de normas eclesiásticas que se rigen por el rezo y el fervor. Seguidamente, comienzan los versos de los decimistas populares que logran construir una alianza de mano en mano, a través de la flor que autoriza al próximo bardo a expresar su lírica. Es un bello ritual donde comienza a fundirse la ceremonia solemne y la parranda, desacreditando las reglas de la estructura eclesiástica, y abriendo paso al sentir místico del pueblo llano y sus formas sencillas de expresar la fe.
Tras guardar, voltear o cubrir la Cruz con una sábana, comienza la etapa del "bailorio", como ha sido bautizado en algunas poblaciones, cuya ejecución trastoca el espacio devocional para abrirle camino al desenfreno a través del baile.
Con las fiestas de la Cruz de Mayo se inicia una serie de ritos asociados a la fertilidad
En muchas comunidades urbanas, alejadas de la vocación agrícola de la Venezuela profunda, los velorios se han convertido en la oportunidad para el encuentro entre familiares y amigos, una forma de ratificación de las identidades regionales de origen.
Su introducción en América Latina se inicia con la conquista y su uso como insignia evangelizadora. Sin embargo, el símbolo de la cruz cristiana coincide con algunas creencias indígenas en las cuales ésta es “el madero sagrado” que representa el árbol de la vida, de las flores y de las frutas.
Los creyentes manifiestan alegría ante la cruz, como una manera simbólica de desclavarle al Cristo el dolor de su crucifixión.
TEXTO Y FOTOS MARLON ZAMBRANO • @zar_lon