25/05/2023. Acto 1. El personaje corre desesperado, en realidad no sabe muy bien por qué, pero alguien lo persigue. Supone que ese alguien que ni siquiera ha visto lo quiere asesinar. Está seguro de que no tiene la mínima oportunidad de vencerlo en un enfrentamiento. Si llega a alcanzarlo puede que hasta lo descuartice… ¡No es que puede ser! ¡No! ¡Con toda seguridad lo va a descuartizar!
A pesar del calor, del cansancio, del dolor que se le ha instalado en la pierna derecha después que pisó mal sobre una piedra en el camino; a pesar de eso, acelera su carrera porque lo siente cada vez más cerca, casi que escucha los pasos detrás de él. ¡Oh no! ¡Está perdido! Solamente le resta correr hasta que el maldito lo aniquile… Sin dejar de correr, sin dejar de hacer su mejor esfuerzo, con sus piernas cansadas y adoloridas, con los pulmones que se ensanchan con dificultad y que parecieran calcinarlo, corre, corre, corre.
Acto 2. No se atreve a mirar atrás. Su salvación está allá adelante. ¿Logrará su salvación o lo alcanzará ese maldito? Hace un esfuerzo mayor… seguramente el último. Una especie de orgullo comienza a moverse dentro de él. ¡Mira que ha aguantado! ¡Ha sabido luchar por su vida! Este sentimiento le permite renovar fuerzas. Ahora corre más rápido y con mejor respiración. Corre, corre derecho, salta obstáculos, en un momento rueda, pero se incorpora con una rapidez inusitada. El mismo esfuerzo, la misma necesidad de salvar su vida lo han venido enseñando. Está cada vez más orgulloso y eso le permite ir aumentando la velocidad… siente que se va alejando paulatinamente de su matador. Esta alegría le proporciona nuevos aires, le aumenta la esperanza. Acelera la carrera hasta un punto insospechado, el viento parece zumbar en sus oídos después de acariciarle el rostro.
Corre, corre y se da cuenta que a escasos metros hay un abismo. Hace un esfuerzo supremo por frenar su alocada marcha. Logra hacerlo a escasos centímetros del monumental barranco. Suspira aliviado hasta que se da cuenta que allí detenido es presa fácil de ese perseguidor hasta ahora invisible. Si corre en dirección contraria va directo a las fauces de su asesino, si reanuda la carrera en la dirección que venía, caerá inevitablemente en un vacío mortal. Si se queda allí, dejándose en manos del destino, el destino no lo va a perdonar… nadie puede dejar su suerte a manos del destino. Camina unos pasos hasta quedar en el mero borde, siente el aire como un escalofrío que viene de un abajo sin fondo. El vértigo parece vencerlo, pero logra apartarse, se deja caer producto del mareo. Sabe que ha perdido mucho tiempo, que el acecho se cierne sobre él. Todavía no se sienten sus pasos. ¡Ya debería estar aquí!
¿Cómo se llama la obra?
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098