08/06/23. Las calles son de quienes las habitan, y para todas las edades visitar los espacios de recreación, como parques y plazas, se convierte en el ritual de los fines de semana, del final de cada jornada de estudio o laboral, dónde una buena conversa, comerse el heladito, tomarse la cervecita o simplemente ver la tarde caer, les libera del estrés diario.
Mi primera morada de urbanidad fue el parque infantil de la plaza La Candelaria; allí hacia uso juicioso de las atracciones infantiles y era el lugar de visita compartida tras la separación de mis padres. Cumplía horas extras en el tobogán, sentía el afecto de mis padres que me mecían en el columpio, degusté todo el catálogo del carrito de Efe y Tío Rico. Por momentos el parque tenía magia, al fantasear que encontraba un tesoro, al imaginarlo solo y de noche, y en ocasiones llegué a pensar que podía quedarme a vivir allí sólo con una bolsa de "chistris" y un refresco de dos litros.
Durante la adolescencia y las hazañas de bachiller caí, al salir del liceo, en otra plaza que aún me atrapa; esta plaza mutable por momentos me asfixia, y con el comentario de viejo rezongón “eso no se veia en mis tiempos” a las nuevas generaciones, veo transitar jóvenes que van a conversar después de clases.
En la plaza que habito, que se transforma constantemente, he tenido el aprendizaje de la mal llamada escuela de la vida. En mi temprana adultez en ella organicé conciertos, actividades formativas, y diferentes espacios de intercambio de experiencias. Con los años la falta de logística hace que quienes asumen más allá del ocio los espacios se desmovilicen porque la plaza no te mantiene ni te da de comer. También el descuido, la delincuecia común, y en uniforme, y las fechorías de quienes atentan contra la sana convivencia en estos sitios de tolerancia desarticulan cualquier iniciativa cultural o artística.
Es allí donde el debate inicia, hay muchos que dicen: “En ese espacio perdí mis mejores años”, “la plaza ya no es como antes” y creo que en ese orden de ideas reside la nostalgia y ese dejo de creer, que el tiempo pasado siempre fue mejor. Para mí las plazas y los espacios colectivos son constituidos por la acción de sus habitantes. Y la calle, que es una selva de cemento y fieras salvajes, hace que a veces estos espacios más que de tolerancia sean de violencia y descontrol. Cualidades que también siento propias de nuestra ciudad y de nuestro gentilicio.
Luego en etapas cronológicas comunes es probable que hagamos familia y que ahora los fines de semana llevemos a nuestros hijos a estos espacios recreacionales y sean ellos quienes disfruten del columpio y el tobogán. También existe el adulto contemporáneo sin hijos que le llama “el point o el achante” y allí hace sus horas de catarsis after office, entre amigos y sustancias recreativas. El simple hecho de fumarse un cigarro o no, y ver una tarde caer es como una postal insigne de lo que tenemos en la cabeza que es la ciudad, y cuando los espacios se habitan, se reducen los riesgos delictivos. Su productividad reside en la voluntad de quien se organizan de manera autónoma ante la falta de políticas públicas para estos espacios. Un ejemplo de ello fue una vez que quise hacer un concierto público y entre todos los usuarios del espacio se cuadraron cornetas, mesas, sillas, y la permisología fue solo el palabreo consciente entre los organizadores y un funcionario policial sin ínfulas.
Durante la vejez también se habitan las plazas, los clubs de adultos mayores, como en la plaza El Venezolano, que bailan salsa mejor que nadie; el sindicato de bebedores que se sienta por décadas de senectud sobre las dos de la tarde con la botella del ron más baratico y comprado en vaca. Clubs de ajedrez y dominó, espacios en donde la tercera edad aguarda expectante, entre conversaciones una más divertida que otra, que finalice el día para regresar al siguiente.
El uso del espacio público es satanizado, sólo con la acción de sus ciudadanos pueden distinguirse entre sitios de recreación o de simple ocio.
POR MARÍA ALEJANDRA MARTÍN • @maylaroja
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ