El escritor homenajeado de la 13a Feria del Libro de Caracas, advierte que si la creatividad no se ejercita, puede quedar eclipsada por la cotidianidad
Por María Eugenia Acero Colomine • @mariacolomine Fotografia Alexis Deniz • @denizfotografia
Compartir con Armando José Sequera es adentrarse en una dimensión donde la fantasía y la realidad comparten animadamente sobre la base de innumerables anécdotas insólitas que hacen de la cotidianidad un hecho mágico. Desde relatos de jinetes montados a bordo de una nevera en la crecida de un río, hasta el encuentro temprano con un Oscar D’León muy joven como taxista, el escritor homenajeado de la 13a Feria del Libro de Caracas es un ser que se maravilla con los detalles que quizás cualquiera no notaría a primera vista. Este prolífico creador de la palabra, periodista y promotor de lectura, tiene más de 80 libros publicados en su haber que han sido traducidos a nueve idiomas sin contar con la gran cantidad de premios y reconocimientos que ha cosechado en su labor creativa ininterrumpida. Armando José Sequera también es un apasionado de la competencia deportiva, que traslada al terreno literario, un vegetariano militante y un gran cuentero confeso. Conozcamos un poco más sobre la voz poética de Armando José Sequera.
—¿Cómo se define Armando José Sequera?
—Me defino como un ser humano que ama la vida y ama el amor. Amo vivir y amo estar aquí. Me gusta escribir y me gusta leer. Me gustan muchas otras cosas que sería muy largo enumerar. Pero creo que vivir es algo maravilloso y vale la pena tener esa experiencia. Llamar la vida con todo lo que uno tenga para mí es lo ideal y lo mejor que uno puede hacer.
—¿Cómo llegó la literatura a su vida?
—Llegó a bordo del comic y del periodismo. No llegó por vía directa. Mi primer libro leído, lo leí a los catorce años y por obligación. Así que tampoco fui un gran lector de niño. Sí fui un gran lector de periódico. Pero de libros no. Empecé con los libros tardíamente. No puedo decir que la literatura llegó a mí precozmente. Solo puedo decir que llegó y nunca supe cuándo lo hizo. Pero desde que llegó, se aposentó y ya no solo forma parte de mi ADN sino que a veces si corro mucho detrás de algo, exudo literatura.
—Si no escribiera, ¿a qué se dedicaría?
—Si yo no escribiera, no sé a qué me dedicaría. En realidad me gusta escribir y me gusta leer. Tal vez sería editor, vendedor de libros. A lo mejor estaría vinculado con el libro de todas maneras. Ya forma parte de mi existencia, y de una u otra manera hubiera tratado de estar cerca del libro, bien sea de forma electrónica o de papel.
—¿Qué es la ternura?
—La ternura es un derecho. Tenemos que ser tiernos con nosotros y nosotros ser tiernos con otras personas. Pero no solo con otras personas, también con animales, con el mundo en general. La ternura debería ser como un valor que permeara en la mayoría de las cosas en el mundo. Eminentemente es un valor derivado del amor, y por supuesto sería la manera mejor de expresar el amor: de una forma tierna, de una forma súper cariñosa. El amor que uno dé, parece mentira, pero se nos devuelve multiplicado por mil. Y eso es algo hermoso de la vida. Muy hermoso.
—¿Contra qué haría un alegato hoy en día, y cuáles serían esos alegatos?
–La verdad, no te sé decir. Hay demasiada cosas contra las cuales protestar, alzar la voz, reclamar. En principio, haría un alegato contra la explotación de un ser humano por parte de otro. Pero también podría ser un alegato en contra de la explotación del mundo natural sin freno. Alegatos se pueden hacer muchísimos, porque hay demasiadas causas por las cuales luchar. La vida es eso: causas para luchar, causas por las cuales incluso dar la vida. Hay que estar ahí en primera fila luchando por aquello que uno cree.
—¿Cuál es su método para escribir?
—Mi método para escribir es simplemente sentarme todas las mañanas durante tres horas a trabajar. Si no tengo nada nuevo que decir, o nada que escribir, me dedico a corregir lo que ya tengo escrito. Es una forma de trabajo todos los días para estar en contacto con la palabra, y estar en contacto con mi mundo y con la imaginación. Me parece que si la creatividad no se ejercita, puede incluso perderse, quedar eclipsada por la cotidianidad. Hay que ponerla a funcionar todos los días para que esté al lado nuestro y forme parte integral de nuestra vida.
—¿Qué recomendación da a los nuevos escritores?
—A los nuevos escritores lo único que les puedo decir es que se dediquen a escribir. Escriban todos los días, y cada vez que puedan estén pendientes de las cosas que le brinda la vida para escribir. Uno tiene ideas, no solamente porque se le ocurren, sino que también la vida se las pone delante de los ojos. Hay personas que se acercan a contarnos cosas que vale la pena escribir. Nosotros podemos imaginar, podemos soñar, podemos vivir experiencias que vale la pena contar. Así que lo que hay que tener abierto es el entendimiento y lista la creatividad para actuar en el momento preciso. Eso forma parte del oficio de escribir: hay que entregarse al oficio de escribir, o al oficio de hacer música, pintar, hacer el arte que uno quiera desarrollar. Hay que vivirlo intensamente y desde adentro. No una cosa superficial y decir “yo soy escritor”, y quedarse solamente en hacer dos libros, para luego decir “no sigo haciendo más nada, ya me considero que soy un escritor profesional” y trato de vivir de eso. Escribir y hacer arte es todos los días de toda la vida. Entregarse a esa vocación es lo verdaderamente importante.
—¿Quiénes son sus principales referentes?
—Mis principales referentes en el campo literario fueron en principio un escritor venezolano, Alfredo Armas Alfonzo, que fue mi maestro en lo personal. También un escritor estadounidense llamado Ray Bradbury de quien aprendí el uso de la palabra poética en la escritura narrativa, y Julio Cortázar, quien me enseñó a mover el lenguaje y a mover las ideas como si estuviera removiendo una sopa y que diera como resultado un plato exquisito. En los últimos años pasé a admirar mucho a un escritor argentino: a Jorge Luis Borges. Creo que es el mejor escritor en lengua castellana. Borges de veras se mereció el premio Nobel de literatura, pero no se lo dieron. Si se lo hubieran dado, le hubiera quedado pequeño. En estos últimos años, he leído mucho a un escritor italiano llamado Andrea Camilleri, con el que me identifico mucho en la escritura humorística y la escritura en general.