Por María Alejandra Martín • @maylaroja / Ilustración Erasmo Sánchez
En Caracas no celebramos jaloguin de forma oficial pero el conjunto de creencias que reúne nuestro instinto de supersticiones e íconos cagantes es bien vario pinto. Aún con la sensación de confort de los no se cuántos metros cuadrados de tu santuario en el piso 10 o tu casa en la tercera calle del retiro , la privacidad y el privilegio que nos da la urbanidad, existen sus fantasmas de edificio y de la cuadra.
Y es que en cualquier edificación o sector de décadas, se cree en fantasmas con todo y los escépticos que son los primeros que brincan cuando alguien les hace una broma con estos temas. Y que exclaman: “¡Esos no son juegos!”.
Hay quien dirá que teme más a los vivos que a los muertos, pero nuestra relación con quienes pasaron de este plano suele ser ajena en el sentido espiritual de que cualquiera que se encuentre con el fantasma de un familiar, con todo y que lo quiera, mínimo se orina.
En la ciudad nace -y muere gente y por ser la muerte además tan multicausal y a veces con facciones duras y crudas del hecho en cuestión, hemos desarrollado este misticismo del fantasma guardián de tu calle, del colegio, del hospital y de la casa abandonada. Los primeros que salen en una noche de historias de terror.
Aquí va la mía. En la experimental Venezuela, colegio piloto de la educación pública bellasartera, estudié yo. El cuento de una bailarina degollada por un accidente en escena y su transitar por un teatro al que no teníamos acceso y que contaba con un piano lleno de polvo esquineado y escoñetado, era creíble y provocaba escalofríos y
te erizaba los pelitos del brazo de la piel del bebé de segundo grado.
El cuento del duende del Metro tiene varias entradas de Internet, incluso videos aficionados de este pequeño vividor de las profundidades subterráneas, de los túneles, las ratas y los papelitos de chupeta. El enano de la catedral se quedó loco y en antaño.
El alma en pena de la mujer caminando por la autopista Valle-Coche, el fantasma del Teresa Carreño en su teatro y con su largo vestido. El de la niña del museo de los niños, más allá de que siempre se mencionen a la Sayona o el Silbón, Caracas también tiene sus representantes nunca antes vistos.
Un cuento que terminó sin certezas y lejos del interés de comprobar. Sí, es cierto que “de que salen, salen”. Habrá sus fantasmas salseros, bodegueros, poetas, brujas, jugadores de parley, profesoras, matemáticos, políticos. La ciudad llena de historias por contar.