31/08/23. “Debo tres mil en impuestos”. La voz femenina tiene ese tono neutro, que rasguña el pizarrón con la tiza. “Si se moja eso, se pierde toda la data de”. La voz masculina tiene ese tono de despreocupación que preocupa. “Si siguen con el modo de suspender la Feria del Libro de Caracas, es que no hay modo de”. La voz, sin voz, como mirada de pájaro, se va. En esta ciudad de sofás encunetados, el tiempo parece detenido entre ocho y diez años, dependiendo de. Caminándola sin vergüenza y con el salitre de detrás de la montaña, buscando las palabras –sagradas, acota el silencio, un caminante se para con la boca llena de hojas de coca; una pasta verde, similar a lo espeso de cama profunda, de aprisco sanantoñero, da vueltas y el verbo fluye redondo: “El lenguaje interno es el que te da la medicina”.
La medicina
“Si no se comparte, no es medicina”, dice un joven curandero, de los que curan. Resulta que Taita, Curaca, Chamán, y otros términos relacionados con la época, en esta época de trasnochos y revueltas, de pandemias y rumbos, golpes de timón y de volante y de peñonazos, son usados y abusados sin que uno sepa bien donde está parado. Se asume el respeto por la persona a la que otras tratan de “taita”. Un boom de tomas de ayahuasca o yagé ha resurgido y si de asumir se trata, pues empecemos por el principio, que va más acá del verbo.
No sabemos quién lee esto.
Pero suponemos que alguien lo hace.
Y ya saben lo que pasa con las suposiciones.
“El lenguaje del yagé es un lenguaje espiritual, mágico”. Este caminante que mascando no masca, ha andado la montaña por más de diecisiete años. Como son tantos con los que uno se cruza, tropieza, arrima y sacude, ya entrecomillar pasa a ser un reto para retar a la inteligencia artificial. “Todas las plantas tienen un espíritu. El yagé es una abuela; cuando tú tomas cualquier planta medicinal, lo que entra no es la sustancia que ves en una olla. Lo que entra a tu cuerpo es un espíritu”.
Quizá por las hojas de coca o tal vez por el efecto Fink, el tono cuando pronunció “espíritu” se oye distinto. En la toma, la ternura y la firmeza de una abuela.
La ceremonia
“Y en la inmensidad, suena el aguacero, y el pulso sonoro de mi amor sincero”. La canción, que no sonó entonces, aparece para hablar del fuego. De noche, un sábado, es difícil no escuchar en este ancho (a veces) valle de Caracas un vallenato a lo lejos, pero es un valle. En un texto publicado en PDF (ahora algunos periódicos publican sucesos que suceden, mire usted, en las “redes sociales”), se lee: “Es cuando entendemos que tomar yagé y nuestra búsqueda desesperada de sanar nos lleva a combinar sustancias “naturales”, pseudo terapias, chamanes, etcétera. En la selva difícilmente veas combos de hongos, peyote, yagé, sapo, rapé y por si fuera poco, música electrónica”.
A uno que yo escuché que un joven le llamó taita, sin caminar, me habló seriamente de la seriedad que ese término encierra. Ceremonias por aquí, tomas por allá, los conceptos se diluyen y viene el tema de la mayoría de edad.
Si hay una abuela, es porque hay nieto. Ella ese día me trató como tal, cariñosa y firme. Desde este plano, como dicen, los gestos, las miradas y las caricias se agolpan de repente y uno se da de frente con una especie de (disculpen, por favor, este lugar común tan) pranato.
Si hubiese un plan para tratar con esa especie de pran, incluiría alguna toma de. Mientras, todavía no les he contado bien de qué va una toma de ayahuasca o yagé. Contar bien en esta época de inteligencias artificiales y algoritmos cuánticos necesita de letras ordenadas e imprimidas en papel. También puede ser una excusa.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27