04/10/23. Cierro este ciclo sobre las transformaciones que experimentamos cuando empezamos a trotar, con una reflexión acerca del aspecto más profundo –filosófico, podríamos decir– que es el relativo al sentido de la vida.
Sé que para algunos esto puede sonar rebuscado. Total, uno se pone una ropa y unos zapatos apropiados y sale a trotar porque quiere bajar de peso, estar en forma o distraerse un poco. De allí a buscar la iluminación, alcanzar el Nirvana, encontrar respuestas a dudas existenciales hay un largo trecho, que muchos trotadores o corredores nunca atraviesan. Ni les pasa por la cabeza.
Pero te aseguro que son también muchas las personas que asumen la actividad por las razones que sea y, en algún momento, pasan por esas zonas que parecen más propias de la meditación o las indagaciones del espíritu.
Supongo que esta especie de efecto mágico tiene que ver con el aluvión bioquímico que se produce dentro de los cuerpos cuando se ponen en acción sistemáticamente. Pero, al margen de las causas, lo cierto es que muchos trotadores se encuentran, de pronto, buscándole las cinco patas al gato de su propia existencia.
Cuando empiezas a trotar e, incluso, cuando ya tienes un tiempo en eso, es normal que te sobrevenga la pregunta: “¿y yo para qué diablos estoy aquí sudando la gota gorda en este calorón (o tratando de agarrar mínimo en esta madrugada tan fría)?”. Y, luego de esa interrogante, te sorprendas sintiendo una especie de elevación espiritual, como si ese estado de esfuerzo y movimiento repetitivo, te condujeran a la eudaimonía, es decir, el bienestar, la buena nota, en términos de los filósofos griegos.
No quiero decir que si eres una persona triste o pesimista por naturaleza, te vas a convertir en lo contrario cuando empieces a trotar. Ojalá fuese este un remedio tan infalible. Pero sí te aseguro que trotar puede ser el sortilegio para invocar un estado de ánimo aunque sea un poquito mejor que en la condición sedentaria. Y esa ligera mejoría puede conducir a encontrarle un mejor sentido a la vida en general, puede hacernos mejores personas.
Pasos y zancadas
Perdió por culpa de un perro. El corredor keniata Robert Kimutai Ngeno iba en la punta en el segundo tercio del Maratón de Buenos Aires y tenía la firme convicción de que se mantendría en la vanguardia hasta la meta, cuando empezó a ser asediado por un perro que se le escabulló a sus dueños. El can –que no era callejero porque incluso llevaba ropa– incordió al maratonista africano, que terminó llegando tercero.
[Próxima entrega: Las pausas estratégicas]
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ • @clodoher
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jadegeas