09/11/23. En sus inicios el Día de los Muertos fue una especie de Off Broadway. Una respuesta rebelde para poder continuar -a pesar de la ortodoxia del orden imperante- con una ritualidad acorde a las distintas creencias. Algo así como: “ustedes nos imponen el Día de todos los Santos: personas que murieron bajo los cánones de su religión. Nosotros celebramos a nuestros muertos, sin que medien preceptos excluyentes”.
Tanto Off Broadway como el Día de los Muertos fueron asimilados rápidamente por los estamentos del poder. Hoy ambas son ceremonias del establishment. Por este tipo de sometimiento de las expresiones colectivas, tal vez luce tan verosímil el rito fúnebre de los malandros. A mi juicio, una expresión arquetípica y poderosa, más cercana a la espiritualidad que el aséptico adocenamiento de las agencias funerarias.
La cultura tiene una expresión común en todo el planeta vinculada a los ritos que genera la muerte. Cuando la humanidad estaba dejando de ser nómada surgió la necesidad de resguardarse de los efectos de la descomposición de los cadáveres, tanto por los penetrantes olores como la propagación de enfermedades. Esa profilaxis fue adquiriendo una ritualidad y fue la puerta para la creación de un más allá, de la configuración de la vida eterna, de toda la parafernalia que implica y explica la inmortalidad en tanto pretensión humana.
El teatro tiene un vínculo muy estrecho con la muerte. Es innecesario explicar que cada muerte teatral, al igual que cada rito funerario, celebran la vida. Los sesenta muertos que tiene William Shakespeare en su pasmoso prontuario, consumado a través de sus treinta y seis obras teatrales, son un regalo para la existencia, en donde se expresa a profundidad lo que somos cuando estamos vivos. Puede decirse lo mismo de todo el teatro que se ha representado en el planeta durante toda la historia de la humanidad.
Es diametralmente lo contrario a cuando Israel ejecuta el exterminio de una nación, mientras sigue llenando las pantallas de cine y televisión con el holocausto, la historia del 10% de los civiles ultimados en la segunda guerra mundial.
Estamos hablando de dos percepciones. Una que interpreta el hecho natural e inevitable de morir como una forma de conectarse con el ciclo de la vida, la simbolización con la que el ser humano se reconoce a sí mismo. Otra que es la putrefacción del alma, esa que convierte la muerte en dinero, en poder, en odio, en supremacía. Esa que reinauguraron los nazis en el siglo XX, que ahora reciclan los sionistas en el siglo XXI.
No existe rito, ni teatro, ni explicación para esta catástrofe en la que está muriendo parte de lo humano en la humanidad.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098