26/01/24. En las últimas semanas, entre las resmas dedicadas a las noticias, se colaron titulares capaces de generar escalofríos. Nos referimos a dos femicidios de venezolanas altamente comentados, el de Julieta, la payasa que recorría Brasil en bicicleta y de una joven que vivía en Estados Unidos, asesinada por su muy reciente marido. A su lado, en la hoja de noticias, quedó el desmantelamiento de una gran red de prostitución de niñas y adolescentes venezolanas en Lima.
Cada tantos días, admite la fiscalía, ocurre en Venezuela un femicidio o al menos se intenta. A estos se suman, un número indeterminado de asesinatos de venezolanas en el extranjero, un asunto altamente preocupante. Sus nombres no llegan a la primera página y cuando están, disimulados en un titular que habla de celos y otras patrañas, parecen no generar el mismo grito mudo. Sin embargo, al unísono nos llaman a analizar todo nuestro sistema de protección, pasando incluso por las leyes, la tipificación de los delitos y los mecanismos de prevención.
¿Qué es un femicidio, más allá de la acción que se comete sobre la humanidad de una mujer para cegarle la vida? Es, para algunos, el acto final de un ciclo de violencia, pero también el fracaso de todo un sistema que, debe garantizar que estos actos no ocurran. La meta ha de ser evitarlos, mediante la detección de los riesgos, a través de mecanismos confiables para la denuncia que despliegan una acción de protección eficiente e integral, que rompe la dependencia, que puede ofrecer un refugio y que incluso, más allá de castigar, es capaz de regenerar a quien, con actos de violencia menos graves, ya comienza a verse como un potencial femicida.
Como en toda violación de derechos humanos, en un femicidio la víctima no es tan sólo la mujer que muere. Tampoco su familia directa, en especial, sus hijos. Lo son todas las mujeres que aprenden que tienen que vivir en estado de alerta y con el miedo a cuestas. Entender que hasta en el lecho, se está en una situación de inseguridad que nos acompaña en las calles y carreteras, también, en la promesa de trabajo que nos permitirá salir de abajo, como toda persona sueña y tiene derecho que sea.
Por eso cuando se despliega la acción de un Estado o de la comunidad internacional para lograr que las mujeres tengan una vida libre de violencia, no tan sólo se trata de garantizar la vida sino también la seguridad y el goce pleno de todos los derechos de las mujeres. Esa ha de ser la meta, una vida libre de miedos, llena de certezas.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta