26/05/24. Los guerreros, pequeños hombrecitos inmaduros para algunas, tienen algunos códigos. De esta época, en esta ciudad, a esa velocidad; cuando se invoca a los ancestros, otros, en meditación, envuelven la palabra en humo, cuál poética de Machado, el contemporáneo. Generacionalmente hablando, antropólogos y/o sociólogos están a punto de descubrirlo: la lectura común sostiene identidad, identifica referentes y referencia lo que usted ponga de contenido en ese continente despreciado que es el papel prensa.
Imagine tres puntitos juntos por aquí, para que sepa que viene otro tema.
El veterinario, sin camisa, comía en una de esas poncheras que a veces se usan de plato. Con pena, el socio del aprisco, de ahora en adelante Elsocio, así pegado y en cursivas, insistía en no molestar; que si era tarde, que el arequipe batido manualmente en emergencia reproducida artesanalmente no tenía la consistencia adecuada para sus estándares cero punto cuatro ocho y tal y que no se lo diera a probar, y resulta que el señor veterinario, entre bocado y paciencia, le dijo que, centímetros más, semillas menos, que, repito, sembrara por cada cinco metros de Cuba22, una o dos o más matas de árnica. Este señor veterinario afirma cosas que cada cabra con mastitis comunicaría a las demás cabritas que crecen: “Es mejor ordeñar una vez al día”. Entonces, cerca de donde nació Francisco de Miranda hay un aprisco; y cerca de donde vivió un tiempito, en la casa de Bolívar, la Mansión Gradillas, que mide 1580 metros cuadrados y que está detrás del local de Cacao Venezuela, en el que no venden chocolate desde hace rato, en fin, cerca de ahí, no se me pierda, se bate la leche de cabra y se hace arequipe. Pequeños productores de leche de cabra de los Altos Mirandinos arriman su producción a uno, Elsocio, que estudia veterinaria y aprendió a hacer ese arequipe de leche de cabra que usted, lector inexistente, en un momento de debilidad por el azúcar, compraría y probaría, en ese orden; ya la etapa introductoria de degustaciones masivas finalizó.
La película
En esta época de súper héroes, por wasap, en tu teléfono inteligente -que no tienes porque, disculpa la insistencia, si tú estás leyendo esto es porque no tienes teléfono o wifi o datos móviles y porque estas palabras están imprimidas en un papel y si no, tú no existes porque nadie lee esta revista digital con esta dirección electrónica y en fin, por wasap, repito, se puede escuchar al presidente de esta República Bolivariana a través de una nota de voz, que llaman: “Aquí estoy, llegando de la Cumbre…” y se escucha el ruido del avión. Manda, por ejemplo, una foto de cuando tenía dieciséis años. Como son como 68 mil seguidores, es mejor no enviarle una nota de voz breve, tipo 20 segundos, diciéndole tal. O cual.
Así como manda mensajes, manda otras órdenes. Presidente es presidente. En una de esas, habló de una fecha para el estreno de una película de Alí Primera que se está rodando en este momento, mientras usted, que no existe, no está leyendo. Hubo un casting para ser extra. Fui al casting.
Extrañamente, me llegó un mensaje por wasap. Y, en mi debut cinematográfico, fui un extra. Como extra, uno asume su responsabilidad. Me dieron camisa negra, tipo lana (sé que el vocablo “tipo”, con sus múltiples acepciones, es como un tipo de muletilla, dispense usted) y, como era un velorio, las mangas no podían arremangarse; extendió la mano la amable vestuarista y a continuación, me dio un pantalón gris y miró mis zapatos negros punta de hierro listos para hacer de extra en la película que sea. “¿No trajiste otros zapatos?”. Sin esperar respuesta, dio la vuelta, desapareció en la oscuridad del camión estacionado en Tierra de Nadie y salió con unos zapatos negros y limpios que eran de mi talla.
Sudé como suda un extra. Un charco salpicaba los pies de otra extra que quedó justo delante de mí. Conté las vueltas que daba su gancho marrón en su pelo negro, porque todo era de ella, en un recorrido imaginario que duró mucho silencio.
La locación
“Ayer, estos carajitos se pusieron, solos, a escuchar a Alí”. El experimentado fotógrafo y editor y sonidista y etcétera que es este tipo, así sin nombre, cuenta su experiencia al participar del rodaje. “Primero, la locación: ¡el Aula Magna!; segundo, fíjate en estos panas: el trato es del carajo”
Entre “estos panas” está Eduardo González, que es Alí.
“Acción”, grita uno de los Yegres, apellido de los dos hermanos que codirigen el proyecto. Se hace silencio. Estamos en un concierto de Alí Primera en el Aula Magna de la UCV. Y el tipo arranca a cantar…
“Cuando levante el cuatro, aplauden”, indica el director. Cuando Alí terminaba y levantaba el cuatro, nojoda, empezábamos a aplaudir y bueno, en mi debut cinematográfico, aplaudí que jode. Si usted, que no está leyendo, no lee, porque la correctora ganó la batalla y quitó “que jode” y “nojoda”, no pasa nada. Pero si lo leyó, que es imposible, imagine que lo quitamos y no lo pusimos y no se imprimió.
“A nadie le importa tu moto”, dijo un filósofo urbano.
No pude llorar en la escena del funeral por varias razones que aquí no voy a contar pero lo que sí puedo afirmar es que cuando ella me pegó, mano suelta como es, las lágrimas salieron solas como cuando te proyectas rapé, que tiene hojas de tabaco, con que se hace chimó. Que se respeta.
Alí rasga las cuerdas del cuatro, que se oye bien. En la canción, el sonidista, otro músico experimentado, acompasa a Alí o manda a repetir la toma: “No hablen durante la grabación, por favor”.
Eduardo respira, se calla, levanta el rostro. Alí Primera dice entonces: “Compañeros…” Y en el silencio breve, es la barba de Alí, es su cuatro, es su voz.
“El Aula magna siempre será… el nido más hermoso de mi canción”
Corte a
“Les pido que, por favor, hagamos un minuto de silencio”. El director, inquieto, nos mira. “Por todos -y todas, que las hubo- que cayeron…”
Y Jorge Rodríguez hijo, de ocho años en 1976, leía lo que escribió otrora, con el ataúd vacío de hoy y la bandera y los claveles rojos de entonces y una veintena de extras, los más allegados que les acompañaron allá, que es aquí, y una niña que es Delcy y que ahora es vicepresidenta de esta República Bolivariana de hoy y que, miren este lugar común de las vueltas que da la vida, estuvo detenida con Pedro Chacín en Cotiza, por pegar unos afiches. Esa es otra película.
Y si Aquiles le escribió también a la arañita lenta que camina como tortuguita que se come a las chiripas (la araña, claro, porque yo puedo explicar el chiste y alargar este texto y comprobar que, efectivamente, nadie lee esta vaina). Viene la época de los alacranes.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27