25/09/23. Cuando el guaro uno me preguntó, el guaro dos andaba serio y el tres, no vino. O si vino, no lo vi, lo cual es bueno, porque él se deja ver, como era antes de. Ustedes saben que.
De generaciones distintas, otros guaros estuvieron; numerarlos rigurosamente será lo conveniente. Disculparme primero es lo que quiero, digamos de antemano, porque luego de compartir con el compañero, este guaro número tres se parece al cuatro y al quinto voy a nombrar porque es Carlos Angulo pero hasta ahí, porque ya es un hecho: nos invadieron. Andan campantes, caminantes, sonrientes, exigentes; sus suertes han sido echadas y no hay ninguna mal encarada para ese tono sonriente.
Entonces, la vaina es que en esta feria del libro que acaba de terminar, la décimo cuarta, las cosas que pasaron, las personas que bailaron, los gritos de él, las cosas de ella; los libros usados los saldos saldados la ausencia de esto y la encuesta, que es esta; que se hace así que mejor se hace asá que quién está aquí y por qué no se pone allá. Entonces, por eso y otras cosas más, las luciérnagas del yagé deberán esperar y por aquí, se supone, algunos, algunas, habrán de pasar.
El garrote
Locación: Museo de Caracas. Si usted no es una de las sesenta mil personas que caminó por la feria del libro de Caracas que acaba de terminar, entonces es probable que no sepa dónde queda. Está entre Gradillas y Monjas, al lado del Palacio Arzobispal, en el eje sur de la plaza Bolívar. Parte de la tierra de esta plaza está en el organopónico Carlos Lanz, ubicado en la terraza del edificio Gradillas A, pero esa es otra historia en la que otros guaros, los sinnúmero, lanzaron sus escupitajos de chimó.
Guaro cuatro, junto con el cinco y a veces el seis, hablaban de poesía y literatura, de filosofía y de libros, de chicha andina y cerveza importada porque la otra se acabó. “Tienes para que me cambies esto”, en un tono menos de pregunta que de.
El poeta, el escritor y el bibliotecario que son los tres y cada uno, levantan la vista, miran el billete de veinte dólares que no es falso (lectores inexistentes del futuro: los billetes de veinte se falsificaron, y además, algunos comerciantes decidían si el billete estaba bonito, o feo, o medio feo), repito, lo miran, niegan en silencio y siguen diciendo que “los primeros escribas le echaron bola: le preguntaban a los viajeros si llevaban algún documento y cuánto tiempo se quedaban; mientras los tipos tal y cual, estos se dedicaban a copiar a mano esto y aquello…”
Hay que imprimir, escuché que no dijo uno de los guaros.
De tanto caminar, a un caminante le salieron sendas ampollotas, pero seguía caminando. Otro caminante que entró, gritó cuanto quiso hasta que se calmó; otro guaro de su poética habló, consagrando lo justo y armonizando la soledad. La feria del libro de Caracas, ahora que no hay stands entre esas esquinas ni pabellón infantil ni banderitas ni cola ni libros, se fue y se quedó al mismo tiempo. Suspendida en dos oportunidades y trasladada de la plaza de Los Museos y el parque Sucre de Los Caobos a este centro histórico de esta Caracas de ahorita, ya. Fin de la idea de la feria, no es que no la cerré, que voy a hablar de otra cosa, que esta ventana aquí.
Ahora vienen las cubanas.
El mexicano
Seguimos en la feria del libro. Soy yo escribiendo esto, esta es una columna que se llama Caminándola, y usted, que tampoco existe, está o no leyendo esto.
Llamo al escritor y le digo que estoy indeciso entre leer su novela o salir a trotar. Si empiezo a leer, acostado, me dan ganas de salir a trotar al parque, ahí cerca. Me siento como uno de los personajes y lo plagio, porque salí a correr: “Pasé por el medio de la pareja, que dejaba ese espacio cómodo que se perdía en el charquito que se hace frente al aviso de reciclar esto y aquello, con letras tan chiquitas que siempre queda esa frustración por no leer hasta el final del aviso. Casi choco una pared negra que no estaba antes, porque se veía al elefante”.
Pero cuando corría, pensaba que debía estar leyendo, porque aquellos personajes estaban corriendo para qué yo, pero entonces y ajá.
En la feria, Luis Britto García movió el esqueleto a-ce-le-ra-damente. Giraba él y giraba Carmen Bohórquez, y otra gente y otras sonrisas y otros sudores. Antes, en la tranquilidad que nunca se quedó, el también buzo (acepción submarinista, por favor) respondía a la pregunta impertinente de un buhonero: “A veces me pagan con un vaso de agua”.
Otra conferencia más.
La rueda en la que giraban tanto escritor, tanta poeta, tanta historia, tanta editora y algún asomado se convirtió, por un momento, en la noria gigante de La Guaira, pero sin pagar los cinco dólares. La nostalgia de esa energía en la que se mueven los libros se quedó fuera de las cajas. “Se ponen así para que no se dañen por acá”, explica el librero de voz suave, lleno de movimientos pausados de monje budista que puede proyectarte con un simple giro de su muñeca. El ayudante, otro caminante que a veces arrastraba los pies por el piso liso, se detenía temeroso cuando, escuchando con atención al maestro, el espacio se acortaba y este levantaba la mano solo un poco.
En esa parte de ese stand de esa editorial, por un momento, todos los libros que allí estaban habían sido escritos por personas que por allí pasaron. Vivos, vivas, caminaron por la feria, presentaron libros, bailaron, sonrieron. Novela, poesía, crónicas, entrevistas, denuncias. Parecía una revista de esas que llaman irreverente.
Entonces, los guaros de marras ya están conociendo los recovecos de Caracas. El uno se atreve a guiar a turistas extranjeras y el dos para la camioneta (la estaciona) ahí, mira tú; al tres no se le ha visto porque ajá; el cuatro, el cinco y el seis siguieron haciendo lo que suelen hacer todo el tiempo y van y vienen por donde quieren y cuando quieren pero su centro de operaciones está aquí porque repito, estamos invadidos y quieren extrañar esta luz de Caracas a esta hora cuando anochezcan por allá.
Buen camino.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27