30/05/24. En varios artículos hemos hablado cómo la historia nos fue contada obviando que los más destacados personajes contaron en su entorno con apoyos que les hicieron más sencillo ser extraordinarios. Así, esos solitarios economistas, padres de la patria, escritores o científicos estaban acompañados de esposas, madres e hijas, y, no pocas veces, las mujeres que lograron ser recordadas contaron con padres que les alentaron, con matrimonios que fueron verdaderos equipos.
Pero como todos sabemos, la vida sin amigos no sería la misma. El feminismo y las mujeres más destacadas también han contado con hombres que apoyaron su lucha. Sin embargo, la amistad, aquella que se teje entre hombres y mujeres, muchas veces es perseguida, señalada y a veces negada. Pero ese amor no romántico, esa confianza plena y ese bastón-paraguas lo necesitamos cuando las cosas se agrietan y para ser más felices.
Un personaje amado en Venezuela, en especial por las más jóvenes escritoras es Lydda Franco Farías. Esa que es capaz de hacerte cuestionar y reír, la maestra de la descripción de lo cotidiano. Aquella que una quisiera saber qué pensaría de las extensiones de pestaña si para ella, sólo un paspas de rímel era objeto de atención. Aquella mujer estuvo rodeada de amigos que la acompañaron en su particular universo, en su paso para no tan sólo ocupar un espacio, pero también para crecer como escritora.
En la esquina de su hoja, casi fuera de la foto, sólo recordado por algunos estaba Enrique Arenas Capiello, nacido en su Falcón natal y con quien compartía ese universo de donde también nos hemos traído a Blas Perozo Naveda. Enrique, debajo de su aspecto relajado y sus cabellos para donde los tirase el viento, con su puntualidad malhumorada, su camisa a medio planchar, tenía la profundidad de un genio, una letra ilegible y una increíble potencia como profesor y crítico de literatura. Tanta que fue una especie de centro de todos sus amigos, un corrector y retador de su pequeño cosmos debajo de alguna mata, bajo el vapor de la tarde.
Hay sin duda personas con muchos más detalles y una gran deuda con la memoria de Enrique, pero más allá de eso, para todos nosotros, la reivindicación de la infinita riqueza de la amistad-creadora-sanadora que hombres y mujeres pueden tejer y necesitan tener. La amistad, dijo alguien, es la verdadera prueba de la bondad porque en ella no hay más interés que su propia esencia de humanidad, de necesitar querer y ser, crecer.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta