04/07/24. Hace pocos días se cumplía uno de mis mayores sueños: ganarme el premio nacional de periodismo Aníbal Nazoa. Cuando me llegó la notificación, quedé perpleja. Mi mamá de inmediato se manifestó para felicitarme, y a los pocos minutos les avisé a mi papá y a mi novio. La sensación fue efervescente, como las espumas del champán. Curiosamente, circunstancias personales hicieron que el día de la premiación fuera más bien una ocasión dolorosa. A pesar del reconocimiento y el cariño de mi gente, estaba viviendo la semana más triste de mi vida. Obviamente, para efectos de las redes sociales, respiré profundo y me dediqué a sonreír.
No todo es lo que parece
Esta anécdota me puso a reflexionar sobre las ocasiones que constituyen socialmente un hito. Hay momentos en los que hay que ser feliz a juro, o triste de manera obligada. Tenemos entonces que las navidades y los cumpleaños son las fechas que más presión social imponen para que la gente tenga que celebrar para no parecer raros. Les siguen los matrimonios, y los días del padre y de la madre. Si usted tiene malas relaciones con sus progenitores, estas son las fechas más incómodas y desagradables. De igual manera, no todos los matrimonios son necesariamente ocasiones auspiciosas. Hay gente que se casa por conveniencia, y el momento no es precisamente el más memorable. Otras ocasiones que deberían ser alegres, y no siempre es así: bautizos, primeras comuniones, graduaciones, finales de curso y ascensos. Normalmente, estas ocasiones exigen entre líneas que uno tenga una familia funcional que te acompañe, amigos que celebren contigo. ¿Qué sucede cuando eso no es así?
Las navidades y año nuevo son, de hecho, las fechas con mayor tasa de suicidios. Hay gente que no tiene familia, o está en mala situación con sus seres queridos. Muchos otros se reunen con sus familiares simplemente para cumplir con una exigencia social.
De manera similar sucede con los funerales y los divorcios. La convención general dicta que son los momentos más tristes: toda despedida debe ser dolorosa. Curiosamente, es muy común ver gente echando chistes y chismes en las funerarias. De hecho, es muy común que se concreten aventuras sexuales entre los dolientes del difunto. Los velorios muchas veces se convierten en el reencuentro feliz de familiares y amigos que tenían tiempo sin verse. El amor por esa persona que murió pasa a convertirse en la reafirmación de los lazos de quienes le sobrevivieron. A veces, la familia respira aliviada tras una larga agonía: la muerte se convierte en un consuelo.
Con el divorcio pasa. Se dice que el fracaso de un matrimonio es motivo de gran despecho. Sin embargo, son cada vez más las parejas que se reencuentran con la felicidad cuando por fin firman el papel que las separa. Cuando la relación de pareja es un martirio, el divorcio es un bálsamo que les abre las puertas a una nueva vida.
Desmontemos lugares comunes
La experiencia de mi premio me dio una lección de vida. Recordé cuando cumplí otro gran sueño, el día que viajé a Alemania de mochilera. El primer día en ese país más bien estaba aterrada, y con ganas de devolverme corriendo a casa. Al final, la vida misma es mucho más sorpresiva y aleatoria de lo que creemos. La magia de la cotidianidad de seguro nos brindará más momentos hermosos e inolvidables que los hitos comunes. Es mejor no anhelar mucho vivir esos momentos socialmente catalogados de felices: podemos llevarnos una sorpresa.
POR MARÍA EUGENIA ACERO • @mariacolomine
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ