26/07/24. ¿Existe una ciudad democrática que no sea electoral, es decir, que no marque su ritmo en la densidad de su tensión política? Creo que no, el mismo origen de la ciudad es un reclamo del ser político. Esto es casi una máxima, y en consecuencia, no la usamos como hipótesis orientadora. La inquietud es más bien para afianzar que en países como el nuestro donde se vive el protagonismo como oxígeno dinámico de nuestra condición de sujetos históricos, la ciudad nos hace.
En tiempos electorales, signados como extraordinarios, es decir, de realce de nuestro más profundo sentido de vivir para algo y para alguien, el sentirnos parte de un proyecto societal, cualquiera que sea, afianza afectivamente nuestras sintonías y nuestras distancias. Las primeras entre quienes comulgan con ese mismo horizonte que nos hace partícipes, es decir, responsables, de nuestras propias vidas, las segundas para quienes no lo comparten.
La ciudad o en general, las ciudades sumergidas en experiencias democráticas, en el marco de unas elecciones, muestra sus calles, sus espacios, tanto públicos como privados, resaltando, inevitablemente, una polaridad que, si bien nunca ha desaparecido, vibra con más energía desde el mismo momento en que se escuchan las o los candidatos… a ellos suele vérseles, en Nuestra América, pero también más allá, en otros continentes, como heroínas y héroes capaz de salvarnos.
Sin embargo, por lo menos desde el Caracazo, en Venezuela hace tiempo que el sujeto salvador es, por mucho que a algunas y algunos les cuesta aceptarlo, todo un pueblo, respetamos claro, aquellos que, quién sabe por qué razón, creen que no son pueblo.
El sujeto pueblo es un sujeto político, no es sólo una categoría, es un sentir, y en nuestra sociedad es la mayoría. Es quien vive en primera línea las medidas económicas, los programas sociales, las diversas formas de bloqueo, las múltiples estrategias mediáticas y no tan mediáticas para captar sus votos.
Es la ciudad un escenario de lucha permanente, primero, para sobrevivir, segundo aunque lo veamos y lo sintamos en primer plano, para hacerse ciudadano con deberes y derechos. En tanto es así, todo aquel que viva en la ciudad debería sentirse ciudadano, y expresión de ese sentir, más allá de los descontentos que puedan existir, es el ejercicio del sufragio. Y el que parece ser el más importante, el que impulsa a más personas a participar es, por la misma condición expresada anteriormente, de seguimiento del héroe salvador, el voto en las presidenciales.
Volvamos a insistir: aun cuando el sujeto héroe se encuentre encarnado por el presidente, en nuestra sociedad venezolana contemporánea, hace unas décadas, parece haberse internalizado que, en cierta medida, somos todos héroes de nosotros mismos. Luchamos por salvarnos pero no individualmente, sino de manera colectiva.
Quizás esté siendo un poco o demasiado romántico, quizás porque confío en lo que veo, a pesar de que existan comunidades donde los vecinos no se hablen, o se conozcan muy poco, son abundantes los ejemplos de las múltiples solidaridades.
La ciudad electoral, a pesar de las contradicciones propias del capital que determina hasta cierto punto, las lógicas de relaciones y sus inherentes expresiones artístico-culturales, es la ciudad del encuentro, insisto, aun cuando pareciera que las polaridades políticas determinan antagonismos que han llevado, lamentablemente, a confrontaciones cuerpo a cuerpo.
¿Por qué sostengo que la ciudad electoral es la del encuentro? Porque sigo apostándole a la vida, porque creo que el pueblo que somos por muy agobiado y “desgastado” –como me señaló una señora el día de ayer- que esté, desea la paz, el entendimiento, y no está dispuesto a ninguna injerencia extranjera en sus propios asuntos. Somos un pueblo soberano, nos ha costado nuestra independencia y más aún mantenerla.
La ciudad electoral es la tierra prometida, la que aun cuando, no podemos negarlo, han salido de ella varias conciudadanas y conciudadanos, siguen llegando bien desde las comunidades rurales, bien desde otras ciudades, e incluso desde otros países (una simple mirada, por ejemplo, a los negocios del oeste, centro y este de Caracas, nos dice la intensa afluencia de múltiples nacionalidades), lo que la hace tan multicultural como más política aún. Pues no olvidemos que la política es la exigencia de encontrarnos desde las diferencias, y es la ciudad su mejor ejemplo.
Es la ciudad dinámica, la comercial, la política, la que intensifica su producción como ciudad electoral: más allá de la esperanza, del pasado sentido u olvidado, del presente que se va marcando como huella en el yo sí voté, yo sí soy corresponsable. Y es eso precisamente: una ciudad es un mundo de valencias, de sentidos que, en tiempo electoral, realza con toda su fuerza la voluntad de una identidad que trasciende el estar para anclarlo a un plano de significación mayor: la res-pública, donde el quién soy no puede dudar. He allí la importancia del voto consciente, he allí el por qué cada elección nos mueve las fibras, porque nos exige trascender lo afectivo de la mera simpatía o antipatía, conectándola con algo más allá del tiempo vivido, la historia toda de una comunidad, de una ciudad, de un país, de la Patria Grande.
¿Quiénes son los candidatos? ¿Qué han hecho? ¿Cómo han repercutido en nuestras vidas? Es un examen que sólo podemos emprender cuando reconocemos lo que la ciudad nos dice, más allá de los carteles, las proclamas, las consignas, las promesas…
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
FOTOGRAFÍA ALEXIS DENIZ • @denizfotografia