15/08/24. ¿Y esa franela? ¿Es nueva?, sí, la compré… la selección de Argentina… sí, yo quería la nueva, ¿Cuál?, la del equipo donde ahora juega Messi. ¡Ah!… ¿Y qué pasó?, ¿Por qué no la compraste? Porque es rosada y mi papá dijo que no, que eso es de niña, no entiendo por qué, porque él tiene camisas rosadas.
Me quedo callado, pensando, una vez más, en la reinante estupidez humana, vista como normal, gracias a la instauración de la dominación patriarcal machista, que sigue intentando la determinación sexual de los colores.
La tensión no es nueva: rosa para las niñas, azul para los niños, al nacer ya venimos inscritos en una coloración dicotómica que en nada, por cierto, determina las preferencias sexuales, pero así se ha querido ver.
Escribo estas líneas pensando en lo que me ha recordado nuestra directora: también hay una película Azul y no tan rosa, cierto, le digo, hace más de diez años fue su estreno, desde entonces ha sido tema de foros sobre sexualidad…
La escasa posibilidad que suele dársele a los niños y a adolescentes para su libre autodeterminación, en lo que se refiere a preferencias por el color de las prendas de vestir, tutelados por adultos que no siempre son un buen ejemplo de conducta, entronca, por ende, con un gran déficit formativo en lo referente a la temática referida, sobre todo respeto a lo que bien puede denominarse la feminidad masculina. Es decir, ese componente que el hombre no puede negar en su constitución humana como tal, especialmente de aquello de lo que se ha hablado en varias oportunidades en esta sección de la revista: la sensibilidad.
Hay que recordarlo: las mujeres no son las únicas sensibles en la especie humana, todo ser que se diga tal, necesita tanto llorar como hablar, como expresar y sí, también vestirse con los colores con los cuales en un momento se identifique.
Para aquellos temerosos, ponerse una franela rosada o un pantalón rojo, no le quita la hombría, de la misma manera que una mujer que se vista de azul, o como se dijo alguna vez en la historia reciente –como también aún se predica en algunas culturas, sobre todo en aquellas de una determina adscripción religiosa-, una mujer que se pone unos pantalones no la convierte en puta –con el perdón de las que ejercen ese oficio-, ni mucho menos en una “machorra” o lesbiana.
Salgo de la reunión donde hemos acordado lo que escribiremos para esta semana, bajo unas cuadras, atravieso La Candelaria, otras voces, un hombre a otro, contemporáneos ambos, cuarenta y pico de años tal vez: ¿Y esa camisa rosada...?, te la voy a bajar… ríen.
¿Cuándo y bajo qué circunstancias se decidió que el rosa era para las niñas, para las mujeres y el azul para los niños, para los hombres? ¿Cuándo se le prohibió a los niños no vestirse con el uniforme de sus héroes deportistas sea del color que sea? ¿Hasta cuándo toleraremos la burla hacia aquellos que prefieren vestirse como les da la gana?
Lamentablemente, en este mundo de odio, de machismo, de hipocresía, un color puede matar a cualquiera. Nos queda mucho por hacer… por ahora, comprendo a los padres y a las madres que evitan que sus hijos sean objetos de burla y de golpes por parte de los otros, prohibiéndoles camisas rosas e incluso, cabello largo… mientras, debemos seguir enseñando que el color no tiene nada que ver con preferencias sexuales, y que todos debemos respetar las preferencias de cada uno sean cuales sean, desde una auténtica pedagogía del amor.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta