11/09/24. Cada cierto tiempo hay que volver sobre los temas centrales. Uno de ellos es gritar que las casas no se ordenan solas, ni tampoco los platos se lavan ni la comida se cocina. Dicen que, en el siglo XIX, los antropólogos y otros se pusieron de acuerdo para construir el mito de que las mujeres nacieron para el hogar y esto se hizo en una época en la que se escribieron libros fundamentales con los que se explican las cosas, como El capital de Marx al que se le olvidó toda la plusvalía que obtiene el capitalismo del amor romántico, que, tras la boda se convierte en agua, jabón y cloro.
Esa norma constitucional, la que reconoce que las mujeres merecen ser reconocidas por una carga que es trabajo ... duerme tranquilamente lejos de cualquier intento de desarrollo legislativo.
Sólo en México, indica el Instituto Nacional de Estadística de aquel país, las mujeres aportan con su trabajo gratuito alrededor del 26 % del Producto Interno Bruto (PIB), salvo que nadie lo mide ni lo paga. Cosas similares pasan en todo el mundo y nosotras tenemos la conciencia de que ya en 1999 se habló de este tema en la Constituyente, donde también se abordó el derecho a una pensión al que deben poder acceder las amas de casa.
No pocas apuntan que a las libertades básicas que se obtuvieron en el siglo XX: divorciarse, estudiar, trabajar y administrar el patrimonio les faltó una Revolución con el mismo tamaño dentro de la casa porque esta sigue siendo un territorio que si se observa cambiado -se cree que las parejas hoy son más proclives a negociar y menos a imponerse- mantiene la atención doméstica que incluye la limpieza, la atención de los niños y de los enfermos como una tarea de mujeres.
Es tan afilada esta espina porque sigue siendo invisible. Se entiende que muchas cosas son naturales. Por ejemplo, que en caso de separación la madre se quedará a los hijos y que incluso el antiguo marido puede intentar controlar si tiene una nueva relación o quién entra en un hogar del que él ya no forma parte. También nos siguen resultando perros azules los padres que asumen el hogar y permiten un ejercicio económico principal de sus compañeras. Cuando pasa, más de una ceja se levanta.
Esa norma constitucional, la que reconoce que las mujeres merecen ser reconocidas por una carga que es trabajo -y se le paga a cualquiera que no sea la señora de la casa- duerme tranquilamente lejos de cualquier intento de desarrollo legislativo. Hacerlo podría ponernos en la vanguardia de la legislación de género y ayudarnos a hacer justicia en el espacio privado. Sin duda, podría impulsar también un debate profundo sobre la familia, los roles y derechos de cada quien dentro de ella.
Mientras lo ignoremos, el feminismo seguirá siendo en Venezuela un extraño movimiento de consignas y pañuelos que se mueve en todo el espectro de la ideología sin tener un pivote, sin poder hablar con los sujetos reales ni mejorar la vida de nadie. Por cierto, en Venezuela, ¿cuánto del PIB aportarán las mujeres con los esfuerzos no pagos?, es una simple duda que de repente tengo.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta