19/09/24. Solemos pensar en la humanidad, en su “normalidad”, como si esta fuera algo homogéneo, como si fuera una característica real que la define, como si fuera todo lo existente delante de nuestros ojos, como si nada diferente puede ser, a pesar de que lo constante no es lo común, lo igual. Ninguna identidad se forja desde allí, necesita los relieves que supone el encuentro con la alteridad.
Son mujeres y hombres que desean demostrarse a sí mismos y al mundo que también pueden conquistarse, porque ganar el podio es trascender cualquier limitación.
El nos-otros es la circunstancia propia de quien existe en el mundo, la fuerza semántica que determina la vida como lo que es: polivalencia, encuentro, exaltación de lo humano. Pero no siempre lo que entendemos por tal se inscribe en las lógicas de lo cotidiano, de lo corriente. Lo común es pues, lo que sólo es superficie. Nos cuesta ir más allá de esto, nos cuesta sumergirnos en lo que no parece común, nos cuesta ser.
Así, cuando vemos otro cuerpo cosificado, es decir, siendo mercancía, objeto de valor por lo que puede hacer, por lo que muestra, no solemos ver lo que lo hace digno, singular. Un cuerpo es lo que es porque posee espíritu, carácter, que no puede pesarse con la mera expresión física. Lo que nos distingue, debemos saberlo, no es pues, únicamente la corporeidad que percibimos materialmente.
Cuando de atletas se trata, no admitimos imperfecciones. Sin embargo, desde hace unos años, venimos celebrando los juegos “paralímpicos”, una connotación que en nada colabora para dar cuenta de la diversidad de esta naturaleza que reclaman dichos juegos: trascender lo aparente, la superficie erigida bajo el canon mismo de un solo tipo de realización humana, en este caso, deportiva, donde se compite por la máxima gloria en varias disciplinas.
Decimos “paralímpico” y lo primero que puede venir a la mente es “paralítico”, algo detenido, estancado. Y no es así. Mucho menos se trata de algo “paralelo a”. No es eso. No podemos admitir ninguna comparación de este estilo cuando se trata de llegar a una olimpiada.
Los que ven diferencias donde realmente no existen, quizás no podrán advertir la grieta que ahora se expande para una nueva significancia: la de otras y otros atletas de tan gran magnitud como los que históricamente suele representar nuestro imaginario. Son mujeres y hombres que desean demostrarse a sí mismos y al mundo que también pueden conquistarse, porque ganar el podio es trascender cualquier limitación, de la misma manera que lo persiguen los otros atletas desde la invención misma de estos juegos.
Ya lo hemos advertido en otra entrega sobre las olimpiadas en esta misma revista: jugar es parte integral de la realización humana, remarquemos: quien juega se explora y se encuentra a sí mismo, a otras y otros.
En los juegos olímpicos, es cierto, se afronta el reto de ser el mejor, si no, no fueran olímpicos. He aquí lo que deseo resaltar: en los pasados juegos paralímpicos, la delegación venezolana regresó con seis medallas: En oro: Enderson Santos (400 m planos clase TT1), Clara Fuentes (halterofilia, 50 kg, conquistando récord), Naibys Morillo (jabalina clase F46); en plata: Lisbeli Vera (400 m planos clase T47) y Alejandra Pérez (200 m clase T12); en bronce: Marcos Blanco (judo, categoría -60 kg clase J1), además de doce diplomas.
¿Qué nos enseñan estas glorias del deporte inscritas ya en las páginas de la historia de la generación de oro a la que pertenecen? Yo espero que nos hayan enseñado a ser, a pensar que un cuerpo no es diferente a otro, porque hay cosas que no se ven como un brazo o una pierna, pero transparentan la rica diversidad de lo que es ser humana y humano. Vaya entonces nuestro agradecimiento y felicitaciones a estas y estos atletas. ¡Sigamos adelante!
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
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