14/11/24. Desde Gradillas, la profesora Mirla se mueve ligero, como una plumita, a decir de la cantora, la otra. Bueno, aquella, porque la canción, no vengas tú.
Si Ludovico Silva pateó la calle lleno de poesía; si Mirla, sin espanto, a los cubanos enmendaba... se acordaba y que entonces nadie te entiende pero algunas canciones cantaba empeñado en caminar como si la cosa no pasara.
Se agacha como estaba agachada la muchacha que miraba al vigilante que cuidaba la ventana para que nadie entrara, pero a esta muchacha, agachada, sólo el vigilante la miraba porque cuando el día llegaba ninguna muchacha estaba. Un paréntesis, un ínterin de aquellos, una mirada de estas; la poeta enamorada, que con sus ecos estaba, sonreía en el hueco que se hace de madrugada; dibujaba y pintaba y con sus cosas soñaba. Sus manos, haciendo arepas, las jornadas alumbraban y su paso precipitado a alguna parte daban pero ella rebotaba y ni cuenta se daba. Fin del paréntesis.
Los tipos
“¿Quién anda poniendo los acentos; quién pone una ye después de un punto?”. Y, el que camina, redondeado de humo, mira las aceras y recuerda a Perucho, el de Lola, que en silla de ruedas, por San Martín rodaba y lo arrugado de la calle le dolía en todo el esqueleto.
Si Ludovico Silva pateó la calle lleno de poesía; si Mirla, sin espanto, a los cubanos enmendaba y si ella, con ternura, del humo se preocupaba y a la otra le ladillaba y en el verbo se enredaba, y con todo eso revuelto de ella se acordaba y que entonces nadie te entiende pero algunas canciones cantaba empeñado en caminar como si la cosa no pasara.
Para unos y para otros, según Aquiles contaba, la vista de la ciudad ante sus ojos pasaba y los cambios se venían y ni cuenta se daban. Los negocios acomodaban sus sillas atravesadas y la gente, que antes “parchaba” porque en el piso tiraban las cosas que con sus manos y del cuero sacaban con la tela de aquello y el material que encontraran. Pero estos que están ahora, en este siglo de Gaza, tiran en el piso un par y medio de medias importadas y por medio dólar, y grabado en un pendrive por la corneta sacaba al “señor Ramón y a María” el verbo le machacaban para que las medias compraran y más adelante zapatos, un par por cinco dólares, y más allá del pregón que no es porque a veces no dice nada, cual consigna inservible de traiciones rozada a la cara de Caracas, a esta hora, le hace falta una lavada.
Señor Viceministro:
Según lo acordado, cumplo con escribir la propuesta que usted, con sabiduría, previó que se iba a perder en los vericuetos burocráticos pero que, y en función de, nosotros entonces, íbamos a, y siendo que las siguientes personas, dijeron que sí, no queda más que.
1.- Palabras más, ratones menos, son casi sesenta computadoras vacías los fines de semana. Con una tercera parte de estas, más la pantalla en la entrada, que suba y baje para proyectar cine los jueves y que al menos algunos documentalistas no estén luego dando vueltas por ahí pariendo para que le proyecten el trabajo; un equipo humano que cobre exactamente lo mismo, desde el director de este semanario impreso, el asesor editorial y las columnistas y el diagramador y el otro y la otra hasta la que llega más temprano, de Servicios Generales y abre esa puerta.
2.- La pantalla, a cada lado, tendrá dos pantallitas, una con la hora de Caracas y otra con la temperatura, anunciada por tal, que paga tanto, porque no vengas tú. Todo eso ahí, en la esquina de Gradillas, por donde pasa todo el mundo. Y uno que otro contenido que, mira tú, qué importante poner ahí. No como la pantallita que pusieron en el Banco de Venezuela, tan chiquitita que nadie, en la esquina de Sociedad, mira.
3.- Los nombres de las plumas que escribirían el contenido que nadie está leyendo porque ahorita no se está imprimiendo, son tan importantes como los que ya saben todo esto, pero les faltaba leerlo. Aquí viene la autocensura y los nombres son: Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional. Claro, me lo dijo como escritor firmando su libro; William Castillo, en La Feria Conuquera; esta persona, en el café tal; aquella otra, en la Feria del Libro esta y la otra y la otra; Carmen Teresa, sentada en la mesa, tomando café, dijo que también.
Continuará.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA NATHAN RAMÍREZ •@nathanfoto_art