30/06/25. Por un momento empecé a verme extraño, como si todo lo considerado hasta entonces normal ya no lo fuera… ¿Había que esperar la llegada de junio para darme cuenta de que, en efecto, el mundo no tiene por qué ser una cápsula? Cambiemos esta última palabra por algo más preciso, algo que sitúe el discurso respecto al título que me han pedido por favor considere “porque hay que escribir de eso”, “porque sí, porque sé que ya dijiste algo el año pasado, pero hay que seguir insistiendo” y llego a la palabra clóset en medio de una ciudad en la que el panóptico del “sentido común” aparece más que como alerta, como lo que es un dispositivo de control heteronormativo que, como un muchacho celoso desea aferrar a la víctima a su propio deseo.
“se celebra lo que se es, lo que se siente”... “eso es el orgullo”...
Y vuelvo a la conjugación del verbo “insistir” consciente de que no necesito cambiarla, porque sé que ese sentido común se encuentra tan sólido que como auténtica costra no repara en los daños históricos que vejan e impiden la libertad de elección de quien se siente, en efecto, diferente.
Por eso escribo, camino por las calles un 28 de junio, la marcha LGBTIQ+, siglas que debo precisar para quien no es ducho en la materia: lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros, intersexuales, queer y cualquier otro grupo que no se sienten representados por el sistema binario –sí, como si se tratara de un lenguaje que rige el procesamiento y filtraje de una información que (de) forma, somete, toda la gama de diversidad que configura la especie humana-.

He dicho que camino por las calles, por una avenida que lleva, por cierto, el nombre de un prócer a quien, como muchos, se le ha reforzado un imaginario republicano libertario fijando patrones que exaltan sus valores heroicos propios de lo que significa ser hombre en esta sociedad: tener varias amantes mujeres.
Pienso en el héroe atravesado por una cantidad de otros héroes y heroínas, donde ellxs pueblan la mayoría de los otros días de manera anónima por temor a ser apedreados, insultados, otrxs, en cambio, desafían el statu quo, y empiezan a tomarse de las manos, a abrazarse, en el metro por ejemplo, en este mismo vagón, vestidos sobriamente, jóvenes.
Pero hoy veo a otrxs, un poco mayores, se besan, barba por medio, sin miedo, porque son.

Me pregunto entonces, ¿hasta qué punto la ciudad, esta, Caracas, le ofrece esta libertad? Interrogo a algunas, llueven los testimonios a manera de peticiones: “Mira, lo que te puedo decir es que, es verdad, veo más lugares donde podemos sentirnos más seguros, pero en la calle, en la calle en sí, no… ¿No te das cuenta cómo hoy, ahora, algunos nos están mirando, por allá?
Alzo la mirada, sí, algunas risas, algunos silbidos, pero no le paramos y seguimos viendo las exigencias portadas en carteles y franelas, a full color, evidencia semántica del ser diversx que un día como hoy se subraya: “Abrazos de mamá orgullosa”, “Tomemos las calles por el derecho a una vida con sentido” frase esta sostenida por una persona tal vez cercana a los cincuenta años o más, con una franela negra que lleva al dorso en letras blancas: “Sin miedo, culpa ni vergüenza”.
Seguimos avanzando, allá, sentados en una escalera, un par de adolescentes: “menos resistencia, más exigencia”, y más acá, la otra cara del cartel: “El odio a LGBTI no es anticapitalista ni antimperialista, sino cultura colonial” esta frase me hace pensar, ¿en qué momento dejó de advertirse esta condición tan importante para el desmontaje de prácticas discursivas, simbólicas, sociales, políticas, jurídicas, económicas y demás que impiden que el ser sea, insistamos, pleno en su diversidad?

Seguimos caminando y más allá de lo que se pueda pensar y decir, como aquello, imposible de no escuchar de que “esto parece un carnaval”, la reafirmación de lo que se siente como perteneciente a estos grupos identitarios evoca aspectos insoslayables que definen nuestra ciudad: 1. Locales que siguen siendo ocultos por considerarse “inmorales”; 2. Algunos parques suelen ser visitados por ellos preferiblemente en la noche, lo cual, a pesar de cierta libertad que les concedan para expresar y demostrarse su afecto, constituyen un riesgo para su seguridad, por eso evitamos nombrarlos aquí; 3. A pesar de que ellxs puedan desempeñar excelentes oficios y profesiones, suelen ser tipificados y aceptados en aquellos que los consideran propio de “su ambiente”: por ejemplo, peluquerías, centro de estética y similares.
Pero sigamos nuestro recorrido, la celebración, es cierto, puede sentirse, “se celebra lo que se es, lo que se siente” me dicen, “eso es el orgullo”, agregan y leo frente a mí: “Si Dios me ama sin condición quién eres tú para excluirme sin razón”, y la calle crece, asqueada de polaridades genéricas para seguir gritando lo que he leído en un aviso pegado junto a un gran corazón hecho con una diversidad de mensajes plasmados en cuadritos de colores en la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela: ¡Soy libertad!
Y es que las universidades también se hicieron sonar en esta marcha de hoy, así como otras adscripciones culturales como el movimiento afrodescendiente, evidenciando una vez más, que la lucha por la sobrevivencia es inevitablemente por la autodeterminación, y que la ciudad, nuestra ciudad de Caracas, puede ser cada vez más humana.

POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ• @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS NATHAN RAMÍREZ • @nathanfoto_art