23/02/2023. Es un síndrome que viene acompañado de la atormentada inquietud: “¿será que agoté mi vena creativa?” se pregunta uno. Todo el que vive para escribir, escribe para vivir (periodistas y afines) o escribe con ínfulas de autor (poeta, narrador, ensayista), sufre de ese episodio dramático en más de una oportunidad mientras ejerce esa profesión u oficio. Se queda en blanco, un lapsus mentis que antiguamente se describía como una parálisis frente a la máquina de escribir y la hoja blanca de papel bond, carta u oficio. Trabado para la elemental ejecución de una tecla, una especie de terror frente a la infinitud de las posibilidades o un gran vacío imposible de llenar, más hoy que la maniobra se hace frente a la computadora desde donde Internet nos sabotea eternamente la concentración con su incuestionable poder de seducción.
Stanley Kubrick nos explicó que existe otra manera de experimentar ese horror. Jack Torrance (Jack Nicholson), un escritor venido a menos, pasa horas frente a la máquina tecleando una sola frase infinidad de veces hasta que agota sus resmas de papel: “no por mucho madrugar se amanece más temprano”. Así transcurre uno de los momentos más tensos de El resplandor, su brillante película de 1980, cuando la señora Torrance (Shelley Duvall) descubre que eso es todo lo que ha estado escribiendo Jack durante su largo tiempo de encierro al cuidado del tenebroso hotel Overlook.
Aunque la película pone el acento en un desenlace trágico frente al síndrome, cuando el escritor enloquece e intenta matar a su mujer y a su hijo a hachazos, no siempre tiene que ser así. Nos pasa, más bien, que nos aletargamos, hacemos estiramiento corporal y calistenia, ponemos música suave para la inspiración, tomamos chorros de café, algunos se fuman un porro, otros nos rascamos el sobaco. Hay quien se baña o remoja sus pies en agua alcanforada, enciende un incienso, revisa en Twitter cuánto aumentó el dólar en apenas medio día, y así, hasta que toma asiento de nuevo solo para comprobar que sigue en la oscurana pero sudado, sin nada que ofrecerle a las letras universales ni entregar la chamba que llevan tres días esperando en la redacción de la revista Nied, Azur e Isa, al borde de un ataque de nervios.
El síndrome de la hoja en blanco, sin embargo, nos ofrece dos posibilidades: o que dejes de escribir la basura que siempre escribes y te concentres más en buenos argumentos, o que vuelvas a escribir la misma mierda de siempre y la humanidad deba soportar tu arrogancia estridente de escribidor que dice que no entregó a tiempo su trabajo dizque porque estabas cazando a las musas.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ