09/10/25. La ciudad se abría como un horizonte, víspera del cordonazo de San Francisco, aunque de alguna manera –ya habían dicho algunos– que había caído en forma de lluvia, de bendición, porque de eso se trata, hacía tan sólo un par de horas.
...seguí escuchando la salsa que salía de los edificios, de los puestos de comida, de otros autos, de los teléfonos móviles, de mi propia mente y corazón, y era como un dictado que marcando la naturalidad de todos los pueblos del Caribe, y era yo mismo cantando y bailando ancestrales himnos como una terca y honesta devoción.
En la tarde de un miércoles, hace apenas unos días, el primero de octubre, celebrábamos quién sabe por qué razón, el Día Internacional del Café como si sólo un día bastara para recordarnos esa otra forma de respirar que tenemos los humanos. Ahora le ha tocado el turno a la salsa, no la que usted usa para algunas de sus comidas –aunque dicen que el origen del nombre “salsa” es bastante diverso–, lo cierto es que no cabe duda en que el locutor venezolano Phidias Danilo Escalona, que tenía un programa así denominado La hora de la salsa, para hacer referencia ese estilo musical que contiene de todo un poco tan característico del Caribe. En homenaje a este locutor, se ha tomado como fecha de su nacimiento, el 5 de octubre de cada año para celebrar el Día Nacional de la Salsa.
Y así, con esa metáfora de raíz “culinaria”, no es exagerado decir que escuchar y sentir la salsa, nos nutre tanto como una comida, ritmo oxígeno por ejemplo de los choferes –porque los mantiene despiertos–, me dice ella moviéndose al ritmo del bajo, las tamboras, las maracas y la inigualable voz de La India que bien puede ser la de Marc Anthony, Maelo, Rubén Blades, Gilberto Santa Rosa, el sonero del mundo Oscar D'León o Nora Suzuki, la voz japonesa, inglés y española de la Orquesta de la Luz.
Y es que esto somos, me digo cuando llego a la plaza de los Estudiantes Maestro Aristóbulo Istúriz, “el cimarrón mayor”, a un costado de la iglesia de San José a una cuadra de la avenida Panteón o de la avenida Fuerzas Armadas, dependiendo de donde usted venga, en pleno corazón de la parroquia San José que el próximo 16 de octubre cumplirá 136 años de fundada.

Allí me encuentro, entre otros, a los músicos Eduardo Zárraga, quien me dirá: “Hoy es el guateque, la ruta salsera, que la van a hacer en varias parroquias. Hoy se va a presentar aquí el Son Sabrosón, y el profesor Héctor Pacheco, hermano de Elio Pacheco de la Dimensión Latina, músico con una trayectoria inmensa… esto se extiende hasta la noche”.
Los Pachecos de la parroquia San José
Eduardo me presenta al maestro Héctor, de 78 años, este me expresa que tiene “toda una vida dedicada a la música”, para agregar luego que su agrupación se llama Los Pacheco y su sazón, con la cual “les traemos un sonerito que ensayamos, música típica cubana de los años cuarenta”.
Otro de los presentes es Chaly Acosta, “así como lo oyes, sin la ere, Chaly.. yo soy guitarrista de Los Pasteles Verdes una agrupación ya reconocida a nivel mundial, y estamos colaborando aquí con los compañeros… me encanta estar aquí compartiendo con este señor que es patrimonio de la parroquia”.

Importante también la presencia de las damas
Katiuska Primera, cultora, del Gabinete de Cultura de la parroquia San José, -gabinete que lleva el nombre del maestro ecologista Aníbal Isturdes de quien hemos hablado en otras notas en esta misma revista-. Katiuska es encargada de “obras de teatro” en la comuna Heroína Luisa Cáceres de Arismendi, fundadora de varios consejos comunales, ella nos recuerda que “esta plaza data como de hace setenta años… recién la reinauguramos porque cuando las guarimbas, el 29 de julio del año pasado, la quemaron…”. Y gracias a Dios y al esfuerzo de su gente, ahora está bellísima para el disfrute de todas y todos.
Otra compañera es Claudia Verde, coordinadora de Misión Cultura en la parroquia San José, quien nos expresa que “hoy iniciamos la ruta de la salsa en todas las parroquias simultáneamente a la misma hora, seis, seis y media estamos iniciando hasta el amanecer”. Así como el propio 5 de octubre, a las tres de la tarde, en el teatro Aquiles Nazoa, en la parroquia San Juan.

Una vez realizadas las pruebas de sonido, el concierto arrancó con las palabras del colega Carlos Rada, de Ciudad CCS, habitante también de la mencionada parroquia.
"Esto somos, Caribe nuestro y combativo, juventud que veo deslizarse por las rampas de patineta, que veo jugar raquetas; esto somos, niñas y niños columpiándose, corriendo, jugando, mientras los músicos afinan sus instrumentos a la luz de unos faroles cada vez intensa.
Esto somos y veo al cimarrón mayor con un libro en una mano mientras alza la otra como si estuviera dando una lección" –es que él es de aquí, un josefino como nosotros, me dice una mujer joven, una de las encargadas del concierto.
Y así, con ese ánimo que evidencia la voluntad de un pueblo alegre dispuesto a ser libre, vamos coreando lo que ya ha empezado “el que no baila es porque no tiene zapatos”, mientras un Waraira Repano sirve de telón de fondo para este gran escenario que es esta Caracas Salsera que baila y canta con sus credos y convicciones, con sus múltiples Aquiles Nazoa esparcidos por sus calles, celebrándola.
Y es que el mismo día que hablábamos del café, se iniciaron los fuegos que dieron paso a la Navidad, en Caracas, específicamente en la plaza El Venezolano una vez más un primero de octubre cuando en otras latitudes planetarias acentúa el otoño y aquí la primavera de sabernos unidad dinamiza el ritmo de los cuerpos que se aman.
Y es que Caracas es Caracas, herencia, salsa y cercanía. Por eso, durante este concierto en la plaza de los Estudiantes, se daban simultáneamente otros, por ejemplo en el Cuchitril, conocido local gastronómico diagonal a esa misma plaza que hemos mencionado, otro concierto salsero.
No está demás mencionar que para cubrir esta nota, atravesé la avenida Nueva Granada, la avenida Fuerza Armadas en una camionetica como suele ser, con su salsa a todo volumen sacudiendo asientos y ventanas, me bajé justo en el cruce con la avenida Panteón, seguí escuchando la salsa que salía de los edificios, de los puestos de comida, de otros autos, de los teléfonos móviles, de mi propia mente y corazón, y era como un dictado que marcando la naturalidad de todos los pueblos del Caribe, y era yo mismo cantando y bailando ancestrales himnos como una terca y honesta devoción.
POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ• @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS NATHAEL RAMÍREZ • @naragu.foto / BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ• @pasajero_2