14/09/23. Si dos sucesos estremecieron el final de los años noventa, saturando la prensa política y la sentimental, sin duda fueron el escándalo de Bill Clinton, entonces presidente de Estados Unidos, con Mónica Lewinsky, y, la extraña muerte de Diana de Gales junto a un árabe. Dos hechos, capaces de develar que no todo lo que ocurre en las esferas más altas del poder del mundo sajón es tan puro, casto y digno como habitualmente se presenta.
¿Puede el presidente de los Estados Unidos ser un hombre infiel? ¿Puede una princesa tener que huir del cuento de hadas? La verdad es que de los símbolos viven las sociedades, y, tantos siglos después de la Revolución francesa, con tantos libros y leyes que declaran la república y la democracia como formas más justas o nobles de organizar un país, a las niñas se les sigue bombardeando con un imaginario de princesas.
Diana sirvió para que esas ideas no sólo no murieran, sino que volvieran con furia en los años ochenta. La joven, presentada como más humilde de lo que era, como más tímida que lo que era, como más desabrida que lo que era, representaba ese sueño de que cualquiera, con un golpe de suerte, podría conseguir un príncipe y zaz, tener la vida que consiguió Cenicienta.
Extraño o no, casi todos los cuentos en las versiones que nos contaron acaban con el matrimonio. Momento en el que, al parecer, el brillo de los sentimientos se cambia por el abrillantamiento de los platos o de los pisos, el anonimato y el cansancio. El trance que no es fácil adivinar si es comienzo o es final.
Con la sorpresa que aquella mujer, tomada como recipiente y no como un ser vivo, era una persona con vicios y fobias, con trastornos mentales y físicos. Con una rabia que iría encapsulando hasta que se reventó en la televisión, en las revistas, en todas partes. Al tiempo que todo podía presentarse a favor o en contra de ella mientras que la corona no sufriera. Aún se hace así. A su muerte siguió una enorme industria sobre su nombre, una que explota la nostalgia, el morbo, la intriga. Todo.
Así, parece condenada a la paradoja de Marilyn Monroe, la fama y la belleza, la pagó con desdicha y la muerte que se la llevó joven hizo de ella un eterno cartel que no la deja morir. Allá las páginas rosas.
Pero, ¿a las niñas, las niñas de carne y hueso, a las adolescentes que tienen su primer trabajo, a las adultas que pisan por primera vez una oficina, qué les decimos sobre el acoso y los jefes, sobre la realidad de esas cosas que se ven tan buenas como que se enamoró de una el príncipe y “vivieron felices para siempre” para que ninguna caiga en una cajita de cristal, en una cárcel de papel o en un viaje sin retorno?
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentint