19/10/23. “La obra ganadora despliega en una serie de textos independientes, una visión desenfadada de eventos personales, históricos y marginales, que en su conjunto retratan a una Venezuela no siempre visible o visibilizada. Valoramos su audacia y su desparpajo al narrar algunas mutaciones sociales y culturales del país en los últimos treinta años, en clave de periodismo narrativo”.
Así falló el jurado calificador del premio Stefanía Mosca 2023 en la mención Crónica, haciendo alusión al texto presentado bajo el seudónimo Nick Dalton por el artista plástico y narrador César Vásquez, quien obtuvo el reconocimiento y el próximo año, con el patrocinio de Fundarte, nos entregará su libro impreso.
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No es cualquier cosa hablar de la crónica, menos de la crónica urbana y mejor aún, la crónica urbana caraqueña. Se trata de una tradición que dio glorias durante todo el siglo XX, desde Enrique Bernardo Núñez hasta Alejandro Rebolledo, pasando por Aquiles Nazoa, Salvador Garmendia, Armando José Sequera y una lista abultada y pródiga.
Formar parte de esa logia, de alguna manera, es un privilegio pero también una enorme responsabilidad, que seguramente Vásquez empuña como espada al adentrarse en el periodismo narrativo con temeridad. Lo hemos leído, fascinados, en las revistas digitales Épale CCS y Mentekupa, y siempre asistimos de su mano al asombro, pues además de traspasar discursivamente los muros más o menos demagógicos de la “decencia”, nos ofrece guiños seductores de una Caracas excesiva, desbocada, transgresora.
Y además lo hace, para mayor sorpresa, con ternura. Las crónicas insertas en su trabajo Corazón de lava, que así se llama el texto ganador, arrancan de manera disruptiva, con la crónica Cuando desperté María Conchita estaba por todas partes y se desmadra en ascenso a través de una serie de acontecimientos épicos o cotidianos, como una entrevista imaginaria o un poderoso relato sobre los acontecimientos domésticos surgidos a raíz de la muerte de un cacique, artesano de curiaras de Atures, en el estado Amazonas.
Artista plástico y comunicador nacido en el estado Táchira en 1974, César fue reconocido junto a la también artista Mila Quast por su pieza audiovisual Dislexia-2021 en la IV Bienal del Sur, con la que fueron a dar a la 59° Bienal de Venecia, Italia, el año pasado.
Aunque estudió arte y filosofía, su vida profesional ha hecho énfasis en la comunicación visual donde ha desplegado por más de veinte años sus inquietudes creadoras. En 2001 gana el premio Joven Promesa de las Artes, y es, sin duda, un tipo de a pie que sufre y disfruta de la Caracas de su tiempo.
Al río se le vuelan, una de tus crónicas, probablemente es una de las piezas narrativas más hermosas que he leído en mí vida. Casi lloré al final. O lloré, no recuerdo. ¿Escribes para que te quieran, te admiren, te teman?
- Esa crónica pude convertirla en un cortometraje experimental que ganó una mención especial este año en el Festival de Cine Documental CaracasDoc y me agrada mucho que te haya gustado porque eres una referencia para la crónica de estos tiempos. Es en el afecto, en eso que alcanza a llegar, donde aparece el consenso implícito que envuelve a una obra, donde belleza o verdad te llevan de paseo o te lanzan al foso. Escribo para medio darle coherencia a este caos que a veces intento atender.
Eres un cronista desde todos los ángulos: desde las artes plásticas hasta la escritura. ¿Sientes que tienes un don que te capacita para sentir la temperatura social como un iluminado?
- No sé en qué momento el periodismo narrativo empezó a drogarse con el llamado periodismo cultural. Tampoco recuerdo en qué momento ambos me invitaron a esa fiesta de la que no he salido, ni quiero salir. Cuando utilizo la palabra “iluminado” lo hago con sarcasmo. Al “don” me gusta llamarle "dote". ¿Quieres verlo? Cuando te desembarazas de las urgencias informativas aparece el documento de piel y hueso sin grandes anhelos de trascendencia. El termómetro social lo leo, o intento, a través del contexto y sus contrastes.
Además de la calidad de tu obra, tu pulso narrativo parece el de un muchacho del siglo XXI. Irreverente, escéptico. Pero no eres un carajito. ¿Te quedaste pegado, te sientes cómodo con esa retórica o no quieres madurar?
- Creo que hasta el día de hoy escribo por venganza. Mi primer libro Material Rodante publicado en digital en 2015 por la Casa de las Letras Andrés Bello, edición bifronte, fue un acto de venganza juvenil, este quizás también lo sea. He tomado la justicia por mano propia para saciarme la gran verdad del relato que murió con el periodismo, y en nombre del arte resistir a la muerte. El infantilismo creciente o el síndrome de Peter Pan que los artistas consienten como si fuera un privilegio, resumido en esa máxima de Rilke donde la infancia es la “verdadera” patria del hombre, no es otra cosa que una gran nación de individuos solos, cansados y en estado play, una forma de enajenación frente al conformismo mediático ante la lógica esteticista del sistema mundo, que tiene como costo político la solidaridad automática. Creo que la madurez llega cuando empiezas a cuestionar tus propios privilegios, confieso que me costó (o me ha costado), además, porque soy un fanático del amateur, afición que descubrí cuando me compré mi primera handycam, y supe lo que era el porno criollo.
Tus crónicas hablan también del lado salvaje de la ciudad, Caracas, nuestro espejo permanente. Pero también hablas de experiencias límite con acento provinciano. ¿Hay un rumor del pueblo en tu sensibilidad, que revele tu origen andino?
Para abrirse un lugar en una ciudad como esta –si Caracas es un espejo, es un espejo roto– hay que ser algo tosco y agreste. Es una reacción casi natural frente a las formas del monstruo del modelo desarrollista y excluyente de la urbe. “Andinita la dulzura” dice una canción que se empeña en ocultar la psicosis y la esquizofrenia de las montañas. Digo esto y recuerdo el documental Manos Mansas de los hermanos Rodríguez, que muestra la vida de unos niños que viven aislados en el páramo La Colorada en Mérida, sin contacto con casi nadie. Y por supuesto a Herrera Luque con sus informes narrativos.
¿Tenemos deudas con la crónica urbana?
- La ciudad está en pálida, padece de un agotamiento temático evidente que muchas veces intenta reanimarse con la jerga efectista y el neologismo. Las historias más arrechas están en otro lado, país adentro, esto incluye el barrio.
¿Sabes que sin querer le arrebataste el premio Stefania Mosca al escritor José Carlos De Nóbrega, quien estuvo entre los finalistas del jurado y falleció semanas después del premio?
No lo conocí, ni conozco su obra. Esta pregunta me deja paralizado. No sé en qué condiciones ocurrió ese deceso, pero no me extraña que haya sido de mengua como mueren muchos escritores o escritoras. Ojalá no tengamos ese mismo destino.
Aquí hacemos un paréntesis. El poeta, narrador y ensayista De Nóbrega (1964-2023) murió víctima de un largo padecimiento de salud, por lo que ingresó y salió de innumerables centros asistenciales durante los últimos años. Su obra fue abundante y deslumbrante, con epicentro en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, desde donde nos tenía acostumbrados a saber de su estado físico y emocional mediante una pormenorizada bitácora que compartía a través de las redes sociales, a la par de conmovedoras reseñas sobre sus lecturas, autores y proyectos literarios. Fue ganador de importantes reconocimientos como el Premio Nacional del Libro, capítulo centro-occidental (2006 y 2007), y la V Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez en diciembre de 2021 por su obra Crónicas compulsivas.
Habituados a la crónica costumbrista, esa que se asombra frente a las fachadas, ¿no se habrá perdido la fascinación por el riesgo, muy afín al periodismo de inmersión a lo Hunter Thompson?
- Para mí la crónica huele más a escape de gas que a fogón de leña. Duke, como firmaba algunas veces Mr. Thompson, logró fusionar ese precepto moderno entre arte y vida a través del periodismo, lo hizo bajo la licencia de un artista que quiso perderse de sí mismo haciendo literatura bajo presión, diluyéndose con la realidad para desnudar al rey y luego suicidarse. Debemos buscar los antecedentes de la literatura “selfie” en primera persona.
¿No será que nos hemos vuelto muy pacatos y precavidos ante los dimes y diretes del acontecer político, lo que ha ido matando la propensión al atrevimiento del periodismo que indaga sin compasión?
- Detrás de la estandarización de la opinión convive el nihilismo y una propensión a las políticas de odio que, llevadas al estadio de la polarización y al conservadurismo, no es mi caso, pero, muchas veces termina autocancelándonos.
¿Lo políticamente correcto no será otro asesino del periodismo audaz?
- Creo que en la debida forma de la corrección política y en su mejor intención se puede terminar ocultando más de lo que se quiere exponer o denunciar. Lo mismo sucedió con el multiculturalismo y la "tolerancia". ¿Acaso tengo que tolerar tu existencia? La doble cara del chantaje social. Caminamos sobre el hielo, sobre una capa muy delgada. No podemos ir en contra de la evolución del lenguaje común, ni en contra de la libertad de creación, la situación general se presenta como un protocolo para la autocensura, la sinfonía orwelliana del estado de sitio del "otro", y no hay que morder ese peine, aunque muchas veces no tengamos claro dónde estamos parados, y cuál es nuestro lugar de enunciación.
Dime tres referentes nacionales y tres extranjeros, que nos revelen qué es lo que quieres ser cuando seas grande.
Referentes actuales si me permites – algunos conozco y aprecio –, José Roberto Duque (Venezuela), Antonio Trujillo (Venezuela) – ambos, además, por ser la escuela viva del periodismo narrativo –, Federico Vegas (Venezuela), Leila Guerriero (Argentina), Juan Villoro (México), siempre el Gabo (Colombia).
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27