09/11/23. Llegué al estado Mérida con la esperanza de encontrar algo de frío en esas montañas, pues esta ola de calor está que derrite los trapos y las pieles que llevamos, pero resulta que llego a las 7am a Tucaní con un calorón más fuerte que el de Caracas a las 12 del mediodía. Había llegado nada más y nada menos que a una población que limita al norte con el Zulia, incluso cuando cae la noche se puede visualizar el Relámpago del Catatumbo desde varios puntos.
Allí se ubica una comuna que hace parte de la Unión Comunera, se trata de la Comuna Socialista Che Guevara, donde lxs comunerxs son expertxs en la producción de cacao y café principalmente. A ese territorio llegué sin querer quedarme, los chorros de sudor caían por mi piel sin hacer ningún esfuerzo, y eso que estaba sentada frente a un ventilador que echaba puro aire caliente. Benditas sean las manos campesinas que salen a trabajar con una temperatura de 30° para seguir labrando la tierra.
Me recibió parte de la Brigada Apolonia de Carvalho del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil, quienes vienen acompañando el proceso comunal desde hace varios años, específicamente en el tema de la producción de semillas de hortalizas, porque ajá, todo bien con el café y el cacao, pero no se vive solo de eso. Ana, la primera florecita, Axil y Deividi fueron parte de esta travesía, o más bien fui yo quien les acompañé en esta ruta que se traduce en un poquito de solidaridad con el pueblo venezolano, poner sus capacidades técnicas, intelectuales y militantes al servicio del pueblo. A veces no entendía un pepino lo que hablaban entre ellxs pero fue interesante porque hicimos el ejercicio de que se comunicaran pausadamente para poder incluirme en las conversaciones, "devagarinho" dijeron.
La Azulita de encantos y piedras
A mediodía hicimos la segunda parada (para ellxs la primera), llegamos a un lugar que siempre visualicé de niña, pero que sólo pude visitar a mis 33 años de edad, el pueblo de La Azulita. Antes de pisar el suelo y respirar el aire de este hermoso lugar estuvimos frente a la cascada que lleva el nombre del pueblo, unas caídas de agua impresionantes y que de noche, con su iluminación, ofrecen un espectáculo para visitantes y habitantes de la localidad.
El estado Mérida tiene una biodiversidad increíble, en la mañana nos moríamos de calor en Tucaní y en la tarde era como lo soñé, frío y cálido a la vez, desde El Balcón de los Andes, un restaurante con peroles viejos que está muy bien ubicado, fue donde pude apreciar la plaza Bolívar rodeada de infancias y perros saltando, abuelxs sentadxs en los bancos echando cuentos, bebiendo café y algún calentaíto. Conserva mucho la fachada colonial con una iglesia que no pasa desapercibida, cuenta con una estructura de aproximadamente 45 metros de altura, con el monumento de Inmaculada Concepción bien blanquita, es impresionante estar frente a ella, por ahí leí que es una de las iglesias más altas de Venezuela.
Calles empedradas, aguas frías y cristalinas, un cielo nublado y una fuente de los deseos para guardar las esperanzas; es un pueblo para enamorar y dejar enamorarse, donde hay mucha riqueza cultural, espiritual y una cortesía en la gente que parece de mentira. Una que viene de Caracas percibe todo como un guión de película de antaño pero realmente todo era muy espontáneo. Se daban cuenta que una no era de ahí, sin embargo me trataron como si lo fuera, de toda la vida.
No olvidé nunca a qué había llegado a Mérida, y es que en este camino de la Ruta de las Flores como política de feminismo comunal, decidimos buscar referencias de mujeres conocedoras de plantas medicinales, sembradoras de agua, impulsoras de iniciativas económicas y conocimientos de memorias ancestrales para seguir tributando al empuje de la vida digna para las comunes. El estado Mérida es vanguardia, dicen que ahí está la ciudad de las flores y en un recorrido de 7 días por sus altitudes, conocí experiencias maravillosas.
Yo estaba en la busqueda de flores, en busqueda de historias de mujeres, de realidades palpables y de esperanzas en la construcción de lo nuevo...
Casa del Costurero
Ese mismo día arrancamos a la ciudad de Mérida, esto era cayendo y corriendo. Allá nos recibió la gente de la Casa del Costurero ¿han escuchado de este colectivo?, es un espacio subversivo por donde lo miren, con ambientes destinados al estudio, las manifestaciones culturales, la gastronomía, la comunicación y la organicidad comunitaria; el rostro del Che, de Chávez y de otros que hicieron grandes aportes a la humanidad. Este colectivo tiene muchos años existiendo y transformándose con el tiempo, sigue siendo la Casa del Costurero pero no confeccionan producción textil, más bien van tejiendo sueños hebra por hebra con lxs comunes.
Estuvimos rato largo conversando con "Yuca", un viejo (por cariño) que lleva años promoviendo la cultura en su barrio. Ahí dormimos en el estudio de radio, fue raro, ya había pisado un estudio haciendo locución y producción pero nunca antes me había tocado dormir en un lugar forrado con cartones de huevos para evitar que salga y entre el sonido por algún lado, a la vieja escuela pues.
Agroecología en el patio trasero
Al día siguiente nos lanzamos al Páramo, exactamente en el municipio Rangel, ahí si la cosa se puso mucho más fría, empecé a sacar bufanda, chaqueta y gorro que permanecían, hasta ese momento, en el fondo del bolso. Nos recibió la segunda flor, Marisol Montilla, la profesora e investigadora que nos acompañó a cada visita que hicimos en el páramo. Pasamos visitando a varios productores que, con un pequeño espacio en los terreno, tenían más variedad de rubros sembrados que los que encuentro en los galpones de mercaditos en El Valle los domingos, este fue el mejor ejemplo de práctica agroecológica para un tratamiento más amable de la tierra.
El primero fue Alonso Trejo, un productor que experimenta la agroecología como estudiante y ha venido poniendo en práctica la producción de semillas en pro de la soberanía alimentaria, esta experiencia la acompaña la brigada del MST, quienes vienen fortaleciendo relaciones de intercambio, estudio y aprendizaje con toda esta gente.
"Como productor y estudiante sigo poniendo en práctica una transición de la agricultura comunal a la agroecología pero me he venido direccionando en la producción de semillas ya que es de vital importancia para fortalecer la soberanía que tanto necesita nuestra patria. Como venezolanos deberíamos apostar a ser cada vez más independientes pero que esa independencia esté acompañada de la juntadera de las universidades, los investigadores, la ciencia, y la tecnología con los productores, que seamos capaces de generar investigaciones participativas para lograr dar respuestas palpables", nos expresó Alonso en una conversa mientras probábamos las moras de su huerto.
Allí la tierra fresca se incrustó entre los dedos y las uñas para sacar zanahorias con un gran tamaño, crujientes y dulces, apenas Ana las vió, empezó a meterle mordiscos mientras me contaba que cuando era niña, su mamá le daba los rubros recién salidos de la tierra para que se deleitara de las hortalizas que ella misma sembraba para alimentar a las crías.
Zanahorias no es lo único que cultiva Alonso, tenía fresas, moras, lechugas, caraotas, maíz, cebollín y otras cosas más, pero era la zanahoría la que venía observando y chequeando cómo se da esa semilla en esa altura dobre el nivel del mar. Yo solo escuchaba y registraba todo, lxs expertxs estaban como pez en agua. Estas semillas que experimentaban vienen de Brasil, se trata de Bionatur, un proyecto del MST que apunta a preservar semillas agroecológicas como modelo de agricultira alternativa. Este movimiento cumple este año próximo 40 ruedas haciendo la tarea.
En ese lugar fue donde conocí a Ebony, una flor investigadora, estudiante del IVIC en los altos mirandinos y compañera de Alonso, ahí hablamos de cuidados, de maternidades y de lo difícil que es salir de su territorio, alejarse de su familia mucho tiempo para ir a estudiar ciencia y aportar al crecimiento científico y tecnológico del país. Yo iba con todas predicando nuestro accionar con la Ruta de las Flores, sin duda es un tema que nos junta y nos moviliza entendiendo la lucha por nuestros derechos y el diálogo sororo con todo y las subjetividades involucradas. A ella volví a verla semanas después en un grupo focal acerca del calentamiento global en la Comuna 5 de Marzo Comandante Eterno de El Valle, fue un abrazo extendido y una emoción por sabernos juntas en caminos no muy distintos.
Descubrí el chachafruto
Más tarde pasamos por la casa de José Arismendi del sector La Becerrera, otro productor que tiene un predio llenito de alimentos orgánicos y quien nos dio un mensaje de vida “En el rescate de la siembra ancestral aprendemos día a día lo que significa la vida para la naturaleza, seguimos experimentando el trabajo agroecológico en pro de nuestra madre tierra”, dijo.
Guayaba, café, tomate de árbol, cambures, trigo, moras, mandarinas, cebollín, fresas, lechugas, zanahorias son algunos de los rubros que tiene en su tierra, pero lo que más me sorprendió fue el amaranto dorado, o también llamado Hierba Caracas, increíble color y textura que adorna todo el lugar. Ahí también conocí el chachafruto, una exquisitez de proteína vegetal que al probarlo sancochado me supo como a pollito. Semanas después, en Caracas, conocí a otra florecita llamada Adriana, ella procesa junto a su familia productos que llamó Pachaditas, Alimentos Medicinas, una merideña de La Azulita que procesa la harina de chachafrutos para enriquecer los platos venezolanos.
En busca de más flores
Flores habían por todos lados, de diversos colores, tamaños, texturas, enrosques, olores y sabores, sí, es que a mi me gusta comer flores y fui probando petalitos de algunas a ver si ese sabor quedaba registrado en mi paladar, en alguna parte de mi cerebro. Unas formaban mandalas, otras parecían vulvas y otras tenían colores tan intensos que pensaba si tendría alucinaciones con tan solo probarlas. Flores caminantes, conversadoras, flores heridas y flores buscando la luz. Definitivamente Mérida está hecha de flores.
Me preguntaba ¿con qué flor podrían identificarse las mujeres de las montañas merideñas? En esta búsqueda de referencias para seguir alimentando la construcción del feminismo comunal me encontré con energías poderosas, sabidurías ancestrales y sanadoras, sembradoras de agua y curanderas, tejedoras y hacedoras de lo nuevo, todas floreciendo.
Esto no termina aquí, en la segunda parte de este artículo se vienen más experiencias contadas y vividas, una de ellas es la de Proinpa y su laboratorio Sebisa, gente que pone las manos en la tierra pero también en los tubos de ensayo para diversificar la papa. Esto es hacer "ciencia para la vida"...
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS NIEDLINGER BRICEÑO PERDOMO • @linger352