26/04/24. La moto, en retroceso, agarró la velocidad de una subida que es bajada. Treinta kilos de limones, bien amarrada la cesta porque no se cayó; mal amarrada la negra, porque era de ese color y hacía que la moto hiciera caballito y todavía no lo hago bien en la bici.
El barranco estaba cerca.
Pero si lo estoy escribiendo, y como siempre, nadie está leyendo, es porque.
Y si no tengo yeso, como Luisana Pérez, que se fracturó la pierna en Canaima y no pudo estar en el lanzamiento de la Gran Misión Viva Venezuela, mi patria querida, es por la misma razón.
Presidenta, crío cabras.
Son cuatro. Ya no camino tanto con humanos en aquella montaña. Las chivas, de raza importada para que den “entre 3 y 5 litros” de leche de cabra fresca, para que conozcan a Ramón, el padrote cuyo dueño dijo “tranquilo, yo no te cobro las montas” y Ramón haga lo que tiene que hacer, para que lo conozcan, repito, faltan como tres meses.
Mientras, las saco a comer y las acompaño. Comen y comen y me usan como apoyo para que los arbustos, que abundan, se transformen en energía que dará leche. Qué ganas de hacerme publicidad, pero no. La señora del cacao, con la que hablé tanto, decidió ignorarme. Sigo yendo a tomar el mejor chocolate de Caracas, pero ya no será ella quien haga las pruebas con la leche de cabra. Conozco a las cabras que ordeñan otros.
Después que di una vuelta de canela, pero al revés, el casco salió rodando. Parecía una pelota de fútbol. No podía levantar la moto por el peso y el casco se alejaba más. La gasolina se derramaba.
Algunos limones se salieron. Otros, se golpearon. Tienen más jugo, son más ácidos y parecen una mandarina. Uno los pela como tal. Y se los lleva a la boca.
Pero es limón. Uno salió rodando y llegó más lejos que el casco. Luego, llegó el otro motorizado con los otros 30 kilos de limón. Entre los dos, levantamos la cesta, los limones y la moto. Era la tercera caída.
Pastoreando
“¿Estás haciendo eso?”, me pregunta el escritor-corredor. Cuando camino con él, a su ritmo, la filosofía es distinta a la del taller de Ensayo que “dicta” el problematizador Wisotsky los viernes en el Celarg. Los miércoles, de la montaña de allá a la de aquí, que también es allá. De allá a la otra, extrañando la Cota Mil, hasta que otras chivas estén al pie de esta, la de nosotros, la del corta fuegos. Más cabras.
El escritor-corredor tiene asuntos que resolver. Millonario en caracteres, su prestigio, que no le importa, porque “quiero hacer lo que me gusta: escribir y pintar”, anda trotando por Caracas a una hora que nadie ve. Pasa por la autopista y ve los lirios en el estanque que tiene forma de República Bolivariana. Ve el jardín Botánico desde la reja y ve el hueco por donde otro caminante pasa un rabipelao herido. Entra al pasillo cubierto de la UCV, el que está entero desde la entrada esa donde mataron a.
Las luces, a esa hora, siguen prendidas con razón. A las seis de la mañana en punto, frente al Ministerio Público, el que está en parque Carabobo, ponen los conos y abren las puertas. Un pendón, como el que no tiene la Escuela de Comunicación Popular CCS, que está en el piso 6 de Gradillas y nadie lo sabe, exige un código de vestimenta.
El Fiscal pudiera, digo yo, mejorar las barras que están al frente y ejercitarse un rato allí.
En la Universidad Metropolitana puedes tomar agua con gas. Supongo que está incluida en la matrícula.
Las cabras, entonces, pueden llegar a pesar 50 kilos.
Un saco de alimento, cuesta 13 dólares. Subió uno.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27 / DENNYS GONZÁLEZ • @dennysjosegonzalez